miércoles, 23 de enero de 2008

Onceavo poema de amor definitivo

Me preguntabas por qué bajo tu cabello
nunca dudo
y ceso una mirada en la medrosa yema.
No tengo la vida por herida
y mi madre va en mi frente, arrugándose
con cada beso que cae en la hierba.
Me han amado para enseñarme a hacerlo
y yo te devuelvo la mano vacía
como un tesoro incalculable
por lo menos hoy, con este rubor.
Tú sabes que esas dudas son dobles diamantes
y cada dolor,
un cielo amanecido en la memoria...
Mañana quizá, en la misma mano
encuentres las mariposas
que he criado con los gusanos
de tu precioso olvido...

1 comentario:

Freia dijo...

Rendida a tus pies, insisto

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