viernes, 30 de mayo de 2008
Raskayú y la luna
*Para poder verlo bien, pincha en el dibujo y crecerá como las pupilas de Raska en el desván... lo siento, pero no he sido capaz de publicarlo más grande. Disculpas...
miércoles, 28 de mayo de 2008
Raskayú nace
Gatos. De súbito, una mañana me encontré dibujando gatos. Gatos gordos, gatos flacos, blancos gatos, gatos atigrados, negros. Gatos. No sé qué tristeza me llevó a dibujar gatos sin cesar. No sé qué buscaba ni sé si lo he encontrado, ignoro si ha sido terapia o sólo abulia persistente. La cosa es que estuve días ensuciando papeles con perfiles, escorzos, sombras de gatos. Gatos.
Así nació, sin quererlo pero con una claridad de diamante de Orange, Raskayú. Nació en un momento exacto, las once y media de un miércoles en un papelito de 10cm x 10cm de los que utilizo para tomar notas, apuntar recados telefónicos y garabatear monigotes en los ratos de ocio, que no son pocos. Dejé mi lapicero a un lado, me acodé en la mesa y me quedé mirando la figura que había surgido en el papelito. No era un gato más, eso lo sabía. Como en una página de internet que tenía abierta a mi derecha se ofrecía un vídeomontaje en donde habían puesto como fondo musical el clásico popular «Raskayú cuando mueras que harás tú...» supe, mientras le daba su primera tinta, que no sólo no era un gato más sino que se llamaba Raskayú y que andaba todo el tiempo metido en muchos peligros por culpa de una tan voraz como proverbial curiosidad. También decidí, acordándome de ciertos y entrañables chavales de preescolar, que «era especial porque sus ojos cambiaban de color y de forma».
No me costó demasiado ir perfilándole en sucesivos dibujos que iréis viendo. Me cuesta más ir escribiendo su pequeña historia, es muy joven todavía. Y más aún escribir cualquier otra cosa que escape a este encanto de minino, creo que lo habéis notado. Es tiempo de gatos. O de gato. Sé que sabréis perdonarme.
Raskayú nace en el año de la rata, qué le vamos a hacer. Y es así:
Así nació, sin quererlo pero con una claridad de diamante de Orange, Raskayú. Nació en un momento exacto, las once y media de un miércoles en un papelito de 10cm x 10cm de los que utilizo para tomar notas, apuntar recados telefónicos y garabatear monigotes en los ratos de ocio, que no son pocos. Dejé mi lapicero a un lado, me acodé en la mesa y me quedé mirando la figura que había surgido en el papelito. No era un gato más, eso lo sabía. Como en una página de internet que tenía abierta a mi derecha se ofrecía un vídeomontaje en donde habían puesto como fondo musical el clásico popular «Raskayú cuando mueras que harás tú...» supe, mientras le daba su primera tinta, que no sólo no era un gato más sino que se llamaba Raskayú y que andaba todo el tiempo metido en muchos peligros por culpa de una tan voraz como proverbial curiosidad. También decidí, acordándome de ciertos y entrañables chavales de preescolar, que «era especial porque sus ojos cambiaban de color y de forma».
No me costó demasiado ir perfilándole en sucesivos dibujos que iréis viendo. Me cuesta más ir escribiendo su pequeña historia, es muy joven todavía. Y más aún escribir cualquier otra cosa que escape a este encanto de minino, creo que lo habéis notado. Es tiempo de gatos. O de gato. Sé que sabréis perdonarme.
Raskayú nace en el año de la rata, qué le vamos a hacer. Y es así:
viernes, 16 de mayo de 2008
Todas las muertes
Nunca muere septiembre,
no caerá nunca su ceniza preotoñal,
y ya tampoco ningún reloj
se atreve a sonar las siete y media.
Todas las muertes están
esperando que llueva un poco más tarde.
Pero la vida es una razón de lujo
cuando sangran los labios
su locura de fuego tibio.
Dime si alguien te ha amado nunca
tan violentamente
con una sola mirada
llena de banderas y temblores.
Confiésame si alguien
ha sido tan tierno con tu miedo
sin apenas ponerte un dedo en la piel.
Declárame si te has sentido
antes más amada que entonces
y
arrancaré la hoja de mi almanaque,
daré cuerda a todos los relojes
y acudiré a mi muerte
sin saber llorar.
no caerá nunca su ceniza preotoñal,
y ya tampoco ningún reloj
se atreve a sonar las siete y media.
Todas las muertes están
esperando que llueva un poco más tarde.
Pero la vida es una razón de lujo
cuando sangran los labios
su locura de fuego tibio.
Dime si alguien te ha amado nunca
tan violentamente
con una sola mirada
llena de banderas y temblores.
Confiésame si alguien
ha sido tan tierno con tu miedo
sin apenas ponerte un dedo en la piel.
Declárame si te has sentido
antes más amada que entonces
y
arrancaré la hoja de mi almanaque,
daré cuerda a todos los relojes
y acudiré a mi muerte
sin saber llorar.
viernes, 9 de mayo de 2008
jueves, 8 de mayo de 2008
El hombre que fuma con algunos pájaros despierta
Puro y simple desarrollo,
la palabra es un principio
del éxodo eterno
de una sociedad
dulcemente compartida,
dime
tu anhelo,
digámonos
las bonitas verdades
que el amor impone ineludible.
del éxodo eterno
de una sociedad
dulcemente compartida,
dime
tu anhelo,
digámonos
las bonitas verdades
que el amor impone ineludible.
haz que el sol no mate
el tierno pálpito de las estrellas
que hayas recogido en la noche,
acopio de deseo y ternura, fulgor labrado
de besos soñados
el tierno pálpito de las estrellas
que hayas recogido en la noche,
acopio de deseo y ternura, fulgor labrado
de besos soñados
¡Poco puedo decir de tus ojos!
mencionar que los tengo rodeando
el intenso momento de un te quiero,
un paso escaso detrás,
sin la escuela
de los grandes teatros...
Ellos tienen su canción, no dudes,
pero las palabras
no se constituyen
en el poema ciertamente merecido
porque, no sabes, tus ojos
viven inéditos en varios fuegos
y en algunos paisajes,
aún tienen que asustarme
en la alta madrugada del agua
que vestirá una luna irrepetible,
tienen que curarme alguna herida vieja,
paliar un llanto, llorarme en silencio,
pavonearse en mi vanidad,
rasgarse escuchando aquel tema,
y, sobre todo, mujer,
tienen que cambiar de color dos veces,
una en un hola sorprendido,
otra en un buenos días, amor, he hecho café...
mencionar que los tengo rodeando
el intenso momento de un te quiero,
un paso escaso detrás,
sin la escuela
de los grandes teatros...
Ellos tienen su canción, no dudes,
pero las palabras
no se constituyen
en el poema ciertamente merecido
porque, no sabes, tus ojos
viven inéditos en varios fuegos
y en algunos paisajes,
aún tienen que asustarme
en la alta madrugada del agua
que vestirá una luna irrepetible,
tienen que curarme alguna herida vieja,
paliar un llanto, llorarme en silencio,
pavonearse en mi vanidad,
rasgarse escuchando aquel tema,
y, sobre todo, mujer,
tienen que cambiar de color dos veces,
una en un hola sorprendido,
otra en un buenos días, amor, he hecho café...
miércoles, 7 de mayo de 2008
Un tipo genial (Pequeño y cabroncete homenaje)
Todo el mundo sabe que Pajuelo es un tipo genial, peludo, suave... Por ahí le podéis ver con sus invariables gorra de beisbol y trenka invernal con botones de hueso. La gente sin aviso se fatiga en vano recomendándole otra indumentaria más acorde con la incipiente primavera. No será fácil que unos tibios rayos de novato sol septentrional y el acomodado gusto de cuatro parroquianos hagan mella en su férrea voluntad, forjada en la más borgiana paradoja. Y si, a la sazón, las recomendaciones alcanzaren rango de atorrante retolica puédese el interfecto verse abocado a lidiar con la cáustica y proverbial vena sardónica de nuestro admirado prócer y convecino.
Paju es... genial. Por eso acepto su petición y le ofrezco esta mínima porción de inmortalidad, como me pidió. La trenka no sale en el dibujo, no conseguí extraerla de la botella...
Javi ¡me debes una!
Paju es... genial. Por eso acepto su petición y le ofrezco esta mínima porción de inmortalidad, como me pidió. La trenka no sale en el dibujo, no conseguí extraerla de la botella...
Javi ¡me debes una!
Bus
Había amanecido un día tan gris que era más que una amenaza. Ella se había decidido por tomar el autobús más premioso, aquél que empleaba no menos de cuarenta minutos en recorrer los poco más de cinco kilómetros que su trayecto exigía. Podía perfectamente haberse decidido por el metro o por embarcarse en el 43, el cual apenas realizaba dos paradas intermedias entre su localidad, encajonada en el enorme cinturón metropolitano y el centro de la gran ciudad, a donde se dirigía. Pero iba sobrada de tiempo y, además, le apetecía darse el lujo de perder media hora escabullendo pensamientos en tanto contemplaba el bullicio de las calles en aquella hora de ajetreo.
Sacó el folleto de la «Casa de la Cultura» donde se enumeraban las actividades que en ella se ofertaban y se acomodó en su asiento, situado justo detrás de la puerta de salida, junto a la ventanilla. Empezaba a chispear levemente y los cristales se vieron decorados de pequeñas burbujas de agua que no incomodaban la visión. El tráfico era terrible.
Cuando llegaron a la segunda parada, la que se ubica al comienzo de la enorme avenida que parte en dos la capital, el autobús se atestó de gente. Fue entonces cuando le vio entrar y trastabillarse mientras decidía dónde se sentaba. El asiento anejo al suyo estaba libre, pero él optó por tomar uno delante de ella, de esos unitarios con que se consigue un mayor espacio para la gente que viaja de pie en el centro del vehículo. Sintió una leve, al tiempo que extraña, decepción. Estaba claro que hubiese preferido que fuera él quien se sentara a su vera, en lugar del anodino hombre de traje azul marino que extendió, más que abrir, el diario deportivo sin reparar en raya, metiéndoselo casi en las narices.
Intentó paliar el pequeño disgusto entregándose a la contemplación de los edificios, magníficos, de la interminable avenida, pero no pudo evitar dedicarle furtivas y fugaces miradas, en una de las cuales alcanzó a comprobar que ¡oh, azar! se entretenía ojeando un ejemplar del mismo folleto que ella tenía en la mano hecho un canuto.
-Vaya... quizá también se dirija a apuntarse en alguno de los cursillos... –pensó divertida. Las chispitas acuosas del principio empezaban a transformarse en una lluvia consistente. Sin saber muy bien por qué, empezó a sonreír hermosamente.
Sacó el folleto de la «Casa de la Cultura» donde se enumeraban las actividades que en ella se ofertaban y se acomodó en su asiento, situado justo detrás de la puerta de salida, junto a la ventanilla. Empezaba a chispear levemente y los cristales se vieron decorados de pequeñas burbujas de agua que no incomodaban la visión. El tráfico era terrible.
Cuando llegaron a la segunda parada, la que se ubica al comienzo de la enorme avenida que parte en dos la capital, el autobús se atestó de gente. Fue entonces cuando le vio entrar y trastabillarse mientras decidía dónde se sentaba. El asiento anejo al suyo estaba libre, pero él optó por tomar uno delante de ella, de esos unitarios con que se consigue un mayor espacio para la gente que viaja de pie en el centro del vehículo. Sintió una leve, al tiempo que extraña, decepción. Estaba claro que hubiese preferido que fuera él quien se sentara a su vera, en lugar del anodino hombre de traje azul marino que extendió, más que abrir, el diario deportivo sin reparar en raya, metiéndoselo casi en las narices.
Intentó paliar el pequeño disgusto entregándose a la contemplación de los edificios, magníficos, de la interminable avenida, pero no pudo evitar dedicarle furtivas y fugaces miradas, en una de las cuales alcanzó a comprobar que ¡oh, azar! se entretenía ojeando un ejemplar del mismo folleto que ella tenía en la mano hecho un canuto.
-Vaya... quizá también se dirija a apuntarse en alguno de los cursillos... –pensó divertida. Las chispitas acuosas del principio empezaban a transformarse en una lluvia consistente. Sin saber muy bien por qué, empezó a sonreír hermosamente.
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