jueves, 31 de enero de 2008

Llénate de manos

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Fuiste alguna vez dentro de una cólera,
extinguiendo la cómplice naturaleza
de un beso al azar o una rodilla,
era cuando las cosas
existían al tomarlas en tu mano:
como los alfileres
o el filamento de alguna nube
cuando sonreías distraída.
Ellos no podían entender
mi afición a no explicar
el súbito arrepentimiento
de la noche partida en dos.
He anotado, dos veces, en el diario
que ya, casi nunca, nos enojamos a la vez.


¿Cuando solicitas información
de mis sueños, cuando
me auscultas la mirada perdida...
ves al hombre que viaja al fervor,
al encuentro de alguna fe?
Podríamos conformarnos con alinearnos
con los cómicos de algún puente,
podríamos ser necesarios
en el final de algún relato corto.
Podríamos resornarnos mutuamente,
pero nunca en las conciencias abatidas.
¿Cuándo atiendes en silencio
la perpleja convicción con que te hablo,
cuando sales de mi mano
con otra piel, dejándome otra piel...
escuchas mi voz para escucharla después
como una cebra tibia
capaz de dibujarla como la luna
sus persianas?
Sé que si en el siguiente minuto
acierto a decir
que la soledad está siempre
tapizada de pequeños gozos, de alegrías,
de retales de felicidad,
de beso...
entonces, tu noche estará plagada de aves
que le acechan el lomo lunar
a los mares de una cierta maravilla...

Procura llenarte de manos
en el preludio de un beso,
llénate de labios,
después de una caricia.
No tengas prisa por ser minuciosa,
no alborotes
más estrellas de las necesarias,
no apagues más que algún gris
de los que asombran el silencio.
Enciéndete cuando termines
de llenarte de agujeros encarnados.
Vuelve a olvidarte
las ganas de obedecer,
pero recuerda conminarme
a seguir leyéndote
los rastros de la luna,
cuando amaneces
turbia y enroscada,
como pitón residente,
como un primer boceto,
o como alondra de mago
entre las sábanas...


Consigo abandonarte a duras penas
pero sin esa soledad donde claudican
ciudades de odio.
Me llevo los pájaros
que tiritan en el agua de tus lágrimas,
me vendo a tu olvido cocinándote
pobres poemas de amor,
ajenos a la sal de los besos
de aquel entonces
cuando reposabas toda
en la leve realidad
de dos leves comisuras...
Y en su eco de corchetes.

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