Oiart Zuna, desperdició lo que se auguraba una brillante carrera lírica en la búsqueda del poema palindrómico perfecto, persiguiendo inalcanzables serventesios pangrámicos, armando imposibles silvas anagramáticas, inventando calambuyas que eran interminables aleluyas preñadas de calambur. No he dejado de visitarle en «Santa Águeda» todos los días de San León Magno de los últimos quince años, celebrando así, de algún modo, el día que nos conocimos en una entrega de premios de aquella feliz prehistoria en que culminábamos talleres literarios que iban a salvar las letras nacionales sin remedio...
En la última visita, conseguí cambiarle una cajetilla de puros Don Julián del nº 2 por esta hermosa tontería que copio a continuación. La había escrito en la vuelta de uno de los programas de mano de las obras teatrales que se programan en la capital y que, a petición suya, los pocos amigos aún fieles le llevamos . Los colecciona con fervoroso ahínco...
En la última visita, conseguí cambiarle una cajetilla de puros Don Julián del nº 2 por esta hermosa tontería que copio a continuación. La había escrito en la vuelta de uno de los programas de mano de las obras teatrales que se programan en la capital y que, a petición suya, los pocos amigos aún fieles le llevamos . Los colecciona con fervoroso ahínco...
Desde donde te presiento, siento
esta tristeza que perdura dura
¿Acaso no eres quien perjura jura
sobre este sentimiento? ¿Miento?
Mientras estos versos caliento, aliento
no exhalo y la quemadura, madura
no halla del agua en la frescura, cura,
se muere este amor macilento, lento.
¿Qué fue de aquella admirada mirada?
¿Tienen nuestros corazones razones
para consentir tan minada nada?
¿Qué urde que de desazones sazones
la soledad menos clamada, amada
que, tino cruel, donde dispones pones?
esta tristeza que perdura dura
¿Acaso no eres quien perjura jura
sobre este sentimiento? ¿Miento?
Mientras estos versos caliento, aliento
no exhalo y la quemadura, madura
no halla del agua en la frescura, cura,
se muere este amor macilento, lento.
¿Qué fue de aquella admirada mirada?
¿Tienen nuestros corazones razones
para consentir tan minada nada?
¿Qué urde que de desazones sazones
la soledad menos clamada, amada
que, tino cruel, donde dispones pones?