Hay, desde la salida del pueblo en la rotonda del Silo hasta la ermita de Piedraescrita, unos 5 Km de aceptable carretera que hay que recorrer con paciencia de caracol en este día: prácticamente todo el pueblo se dirige hacia allí. En los días anteriores se han ido encargando de ir reservando el trocito de terreno donde alzarán las lonas que preservarán mesas, cocinillas y enseres de soles y de, como sucedió el año pasado, ocasionales aguas.
Yo, particularmente, agradecí el lento paseo que me permitía admirar los generalmente solitarios barrancos. Barrancos de afilados y centenarios dientes de perro, de alfombras de grises espinos, de amapolas como besos. Decía mi madre que la belleza de este paisaje reside, precisamente, en su fealdad. Es quizá una visión un tanto simplista pero poniéndose delante de esta sucesión de colinas abruptas, peladas, infinitas, es de entender que haya mucha gente a quien no le resulte en absoluto atractivo y, sin embargo... No hay que fijarse demasiado para ir reparando lo que la aparente monotonía esconde: la sinuosa línea de los frugales arroyos, un cuco refugiado en una retama, algunas zancudas en los breves, valiosísimos humedales...
Llegué y me coloqué de cualquier manera pues, como era de esperar, no iba ni medianamente preparado para tal fiesta. Ni lonas, ni sombrillas, ni cocinas, ni demasiada comida, ni demasiada bebida. Era igual. Sabía que era igual. La verdadera fiesta de este día consiste en mezclarse, en intercambiar, en conocerse incluso. No tienes que pedir, te dan. Hay casetas, hay un reguero de puestos de mercadillo en las cuestas que llevan a la ermita, hay una subasta religiosa, hay música y hay atracciones infantiles, heladerías y puestos de chucherías. Y hay gente que baila, gente que canta y gente que se ufana de caballos y de yeguas. Pero lo primordial, en la Jira, es la gente. Suena a topicazo manido, pero es así, qué le vamos a hacer.
Yo llevaba el ánimo del que llega por primera vez quizá por eso, de nuevo, disfruté como nunca. He tenido la suerte de volver a encontrarme con gente que hacía lustros que no veía. He podido abrazar a algunos con los que hace más de 30 años aprendí muchas más cosas que en una década de colegio salesiano. Algún día tal vez sea capaz de homenajear a gente del campo, como mi tío Baldo, cuya sabiduría se nos escapa a cuantos habitamos el asfalto rodeados de museos, bibliotecas, ciberespacios y multiinformación. Y pude, también, recuperar cierta calma primaveral medio olvidada.
Luego de saludar a algunos familiares (los extremeños se tocan, ya se sabe) me acerqué a ver la subasta de las andas de la patrona a quien se festeja en este día: la Virgen de Piedraescrita. Subí más movido por un interés cultural que por otra cosa, ya se sabe. No dejarán nunca de sorprenderme las muchas manifestaciones de fervor que va uno viendo por esos muchos pueblos de la geografía ibera. Fervor entero y verdadero hasta la jactancia. «Que si mi virgen es mejor que la tuya. Que si los milagros de esta Señora no se pueden compara con la de acullá, etc.». En fin, será que seré toda mi vida un hereje como decía una tía mía, pero tanto como me merecen respeto y me maravillan algunos de estos ritos, así me resultan de inexplicables en los tiempos que corren. Nos quedaremos con lo lindo y pintoresco de la tradición, que lo es, no seré yo quien lo niegue. En este caso la tradición consiste, según parece, en subastar andas, lazos y demás ornamentos de la imagen de la patrona.
Y, ¿qué más puedo contarles? Fuimos pasando el día hermosamente entre comidas y bebidas, entre palmas y entre charlas, entre algunas risas y muchas emociones. Dejamos el recinto de la romería con su mar de lonas azules, verdes, blancas que se iban confundiendo en la tarde que caía refrescando de a poco. Antes, Juan Conejero me ofreció un postrer bocado que rechacé pulcramente y un pasodoble de su puño y tecla. Después, la noche acabó en ese helador recinto ferial que hay en las afueras del pueblo donde había una, también, gélida orquesta en compañía de Juan Antonio, Enrique y familia (gracias, gracias, gracias...). Pude saludar a Javi Escudero y señora y conocer a su interesante hermano a quien debo una charla más calmada y menos ginkasosa.
El año que viene la Jira será en abril, el día 13, según mi calendario zaragozano particular. No sé si podré volver, un año es mucho tiempo cuando aún no sé qué haré dentro de una semana, sé que me gustaría y que me gustaría poder redondearlo quedándome a la fiesta que se hace el martes y que este año he tenido que dejar por imperativos laborales. Y, a los que se hayan quedado con ganas leyendo esto no sólo les animo sino que, les aseguro que el relato y las fotos que les dejo se quedan cortos y no son más que un pobre anuncio de lo que les espera. Y no muy lejos tienen ustedes Trujillo con su especial Domingo de Resurrección, Villanueva de la Serena, Medellín, Don Benito, La Puebla de Alcocer, Magacela...
Yo, particularmente, agradecí el lento paseo que me permitía admirar los generalmente solitarios barrancos. Barrancos de afilados y centenarios dientes de perro, de alfombras de grises espinos, de amapolas como besos. Decía mi madre que la belleza de este paisaje reside, precisamente, en su fealdad. Es quizá una visión un tanto simplista pero poniéndose delante de esta sucesión de colinas abruptas, peladas, infinitas, es de entender que haya mucha gente a quien no le resulte en absoluto atractivo y, sin embargo... No hay que fijarse demasiado para ir reparando lo que la aparente monotonía esconde: la sinuosa línea de los frugales arroyos, un cuco refugiado en una retama, algunas zancudas en los breves, valiosísimos humedales...
Llegué y me coloqué de cualquier manera pues, como era de esperar, no iba ni medianamente preparado para tal fiesta. Ni lonas, ni sombrillas, ni cocinas, ni demasiada comida, ni demasiada bebida. Era igual. Sabía que era igual. La verdadera fiesta de este día consiste en mezclarse, en intercambiar, en conocerse incluso. No tienes que pedir, te dan. Hay casetas, hay un reguero de puestos de mercadillo en las cuestas que llevan a la ermita, hay una subasta religiosa, hay música y hay atracciones infantiles, heladerías y puestos de chucherías. Y hay gente que baila, gente que canta y gente que se ufana de caballos y de yeguas. Pero lo primordial, en la Jira, es la gente. Suena a topicazo manido, pero es así, qué le vamos a hacer.
Yo llevaba el ánimo del que llega por primera vez quizá por eso, de nuevo, disfruté como nunca. He tenido la suerte de volver a encontrarme con gente que hacía lustros que no veía. He podido abrazar a algunos con los que hace más de 30 años aprendí muchas más cosas que en una década de colegio salesiano. Algún día tal vez sea capaz de homenajear a gente del campo, como mi tío Baldo, cuya sabiduría se nos escapa a cuantos habitamos el asfalto rodeados de museos, bibliotecas, ciberespacios y multiinformación. Y pude, también, recuperar cierta calma primaveral medio olvidada.
Luego de saludar a algunos familiares (los extremeños se tocan, ya se sabe) me acerqué a ver la subasta de las andas de la patrona a quien se festeja en este día: la Virgen de Piedraescrita. Subí más movido por un interés cultural que por otra cosa, ya se sabe. No dejarán nunca de sorprenderme las muchas manifestaciones de fervor que va uno viendo por esos muchos pueblos de la geografía ibera. Fervor entero y verdadero hasta la jactancia. «Que si mi virgen es mejor que la tuya. Que si los milagros de esta Señora no se pueden compara con la de acullá, etc.». En fin, será que seré toda mi vida un hereje como decía una tía mía, pero tanto como me merecen respeto y me maravillan algunos de estos ritos, así me resultan de inexplicables en los tiempos que corren. Nos quedaremos con lo lindo y pintoresco de la tradición, que lo es, no seré yo quien lo niegue. En este caso la tradición consiste, según parece, en subastar andas, lazos y demás ornamentos de la imagen de la patrona.
Y, ¿qué más puedo contarles? Fuimos pasando el día hermosamente entre comidas y bebidas, entre palmas y entre charlas, entre algunas risas y muchas emociones. Dejamos el recinto de la romería con su mar de lonas azules, verdes, blancas que se iban confundiendo en la tarde que caía refrescando de a poco. Antes, Juan Conejero me ofreció un postrer bocado que rechacé pulcramente y un pasodoble de su puño y tecla. Después, la noche acabó en ese helador recinto ferial que hay en las afueras del pueblo donde había una, también, gélida orquesta en compañía de Juan Antonio, Enrique y familia (gracias, gracias, gracias...). Pude saludar a Javi Escudero y señora y conocer a su interesante hermano a quien debo una charla más calmada y menos ginkasosa.
El año que viene la Jira será en abril, el día 13, según mi calendario zaragozano particular. No sé si podré volver, un año es mucho tiempo cuando aún no sé qué haré dentro de una semana, sé que me gustaría y que me gustaría poder redondearlo quedándome a la fiesta que se hace el martes y que este año he tenido que dejar por imperativos laborales. Y, a los que se hayan quedado con ganas leyendo esto no sólo les animo sino que, les aseguro que el relato y las fotos que les dejo se quedan cortos y no son más que un pobre anuncio de lo que les espera. Y no muy lejos tienen ustedes Trujillo con su especial Domingo de Resurrección, Villanueva de la Serena, Medellín, Don Benito, La Puebla de Alcocer, Magacela...