Nada hay menos importante que lo imprevisto. Sólo digo que tal vez esconde esa verdad que lleva el erizo en su calma. Aquí estaba mirando los paraguas abandonados durante el curso. Paraguas maltrechos, heridas lonas, dañados cierres, mangos decrépitos que cesan en el recipiente de plástico con una tristeza remota que desdice el poema donde «...los paraguas mueren por ti»
Antes de todo esto he terminado un dibujo que pensé que había terminado ayer. Pero hace un rato le faltaban dos minúsculas estrellitas, dos; fijaos bien, son esas dos manchitas en el mero centro. No podéis negar que son las estrellas más necesarias que jamás habéis visto, las que equilibran el dibujo.
Y me he quedado mirándolo como un bobo. Nadie me había pedido una luna con dos estrellas juguetonas. Pero, del mismo modo que nunca faltan paraguas abandonados delante de mi mesa de trabajo, nunca faltan almas caritativas que redondean la boca, y los ojos, y los caracolillos secretos del cabello cuando alguien les regala un cielo infantil.
Sospecho que en todas estas miradas de bobalicón (dibujo, paraguas, etc...) está la insondable búsqueda de la esencia de la T. La arcana T que se diluye entre mis lápices, la T que se aturulla en la cola de mi ratón, la historia de la T que se crucifica casi sin mirar. Así:
Pero ésa es otra historia y, con algo de suerte, acabará en otro lecho. Ahora, la realidad se refiere a una mujer hermosa que anuncia el comienzo del prodigio del fin de semana con una sonrisa hoy especialmente deliciosa. Y he tenido que decírselo antes de decir agur y hacer click y, como también es medio sabia, ha sido capaz de explicar que ese prodigio obedece a una pertinaz «Rinitis colinérgica». ¿No es un encanto?...
Agur. Click.