Todo empezó con una nada de papeles. Entre todo el enorme bulto de atrasos y olvidos que poblaban mi mesa destacaba, por su insignificancia, una carpeta que no contenía más que la tinta verde que cabe en las seis letras pulcramente caligrafiadas de la palabra «Oxímoron», ubicada en el extremo inferior de la solapa anterior. Nada de papeles. Por eso detuve mi prisa en la lentitud que precisaba enlazar el viejo neologismo con mi no menos viejo ejemplar de «El aleph» y con la página que describía a Beatriz en donde descuidé expresamente un esbozo de poema, en tinta verde también, una tarde sin frío de alguna Navidad. ¿Por qué no acabarlo aunque fuese verano y caluroso?
Tampoco en lo que crece
con cada alba, cada día,
entramos sin problemas.
Un residente temor
resurge con todo
lo que intuimos bueno
y queremos nombrar
desde esa sombra
apenas olvidada:
la mujer
que quizá ha sido zozobra
entre tus brazos,
el acordado silencio
que promueve esa sonrisa,
la torpe precisión
con que cada olvido
sigue forjando
la eternidad de un leve roce...
Ella no enumera nada,
su inteligencia emerge
mirándome
naufragar una vez más.
Tampoco es imposible
que seamos mutua salvación,
doble desarme.