miércoles, 20 de junio de 2007
martes, 19 de junio de 2007
Pero mañana, no
Estoy en el doble estruendo del recuerdo,
no estoy en la repentina ruina de una lágrima,
ni en la mortaja de un adiós.
En todos los juguetes de un reencuentro estoy,
y en la esperanza de un viaje,
en el fulgor de una vergüenza no estaré,
estuve en la palabra abandonada
cerca de un libro, cerca de una flor...
Sigo en la mano que tapa la mano, apretándola
en un muelle dentro de un poema.
Ya no estoy en una tormenta detrás de los visillos,
ni en un final.
Estoy en todos lo finales,
pero mañana, no...
no estoy en la repentina ruina de una lágrima,
ni en la mortaja de un adiós.
En todos los juguetes de un reencuentro estoy,
y en la esperanza de un viaje,
en el fulgor de una vergüenza no estaré,
estuve en la palabra abandonada
cerca de un libro, cerca de una flor...
Sigo en la mano que tapa la mano, apretándola
en un muelle dentro de un poema.
Ya no estoy en una tormenta detrás de los visillos,
ni en un final.
Estoy en todos lo finales,
pero mañana, no...
sábado, 16 de junio de 2007
martes, 12 de junio de 2007
Un corazón de tiza
La magia no entraba en sus planes. Por eso la puso a prueba.
-¿Cuál es tu sueño? - le preguntó ella un día.
-Los sueños son espejos que están dentro de un espejo que están dentro de un espejo - propuso él.
-Tu sueño sencillo, me refiero; yo sé cuál es pero quiero que me lo cuentes tú -replicó ella.
-Tal vez pisotear Venecia con la única compañía de una mochila ligera -mintió él.
-Yo sé que no es ése, pero te quiero igual -apostilló ella.
-Y para qué contártelo, a fin de cuentas, jamás nos vamos a ver y, por otro lado, la idea de Venecia no deja de ser linda -añadió él, no sin amargura.
-Confía -atajó ella, apagando su ordenador para siempre.
Él no tuvo tiempo de explicarle todo aquello que hacía imposible cumplir aquel sencillo sueño de perderse en Praga, no en Venecia, por unos días. Tampoco podría, meses más tarde, hacerle saber que la suerte en un concurso mediático le habría de poner en ruta al principio de la hermosa primavera.
El Jueves Santo empezó su periplo, se instaló en un hotel cercano al puente de Carlos. La ciudad no le defraudó. Regresó al hotel cuando ya el día daba sus últimos coletazos. Entonces reparó en él. Debajo de la placa bruñida del portal del hotel vio un corazón de tiza. Marrón y lila. Un garabato simpático. Marrón y lila, curioso, ésos eran sus colores. El viernes visitó iglesias, bebió cerveza, se extasió en Mala Strana. Decidió volver al alojamiento a asearse antes de ofrecerse una noche loca. Al corazón le habían salido unas letras. Iniciales. Más curioso aún: las dos iniciales de debajo del corazón coincidían con las de su nombre. Le ofreció un perplejo mohín al dibujo. Después, la farra fue hermosa, repleta de cafés sugestivos y música inolvidable.
El sábado salió a despedirse de Praga desde muy temprano, pues había decidido que el domingo se quedaría cerca del puente, oliendo los colores y el exultante abril que se ofrecía desde allí. Eran más de las doce de la noche del sábado cuando alcanzó el portal del pequeño hotel. No llegaba tan borracho ni tan cansado como para no reparar en el corazón, en las iniciales, en el nombre nuevo que había escrito y que ya conocía como un alias de un juego en línea, en el número que no le decía nada todavía: 326. La magia no entraba en sus planes. Alcanzó el vetusto ascensor, atónito con tanto azar imposible, sin reparar en el número rojo que adornaba la llave de su habitación: 327. No entendía cómo aquel nombre tan poco corriente podía haber aparecido allí. Avanzaba sobre la ajada alfombra del tercer piso cuando vio que la puerta anterior a la que cerraba su habitación estaba entreabierta. La 326. Se paralizó, lógicamente.
-Menos mal que apareces, ya casi no me quedaba tiza violeta -escuchó, y cruzó el espejo...
-¿Cuál es tu sueño? - le preguntó ella un día.
-Los sueños son espejos que están dentro de un espejo que están dentro de un espejo - propuso él.
-Tu sueño sencillo, me refiero; yo sé cuál es pero quiero que me lo cuentes tú -replicó ella.
-Tal vez pisotear Venecia con la única compañía de una mochila ligera -mintió él.
-Yo sé que no es ése, pero te quiero igual -apostilló ella.
-Y para qué contártelo, a fin de cuentas, jamás nos vamos a ver y, por otro lado, la idea de Venecia no deja de ser linda -añadió él, no sin amargura.
-Confía -atajó ella, apagando su ordenador para siempre.
Él no tuvo tiempo de explicarle todo aquello que hacía imposible cumplir aquel sencillo sueño de perderse en Praga, no en Venecia, por unos días. Tampoco podría, meses más tarde, hacerle saber que la suerte en un concurso mediático le habría de poner en ruta al principio de la hermosa primavera.
El Jueves Santo empezó su periplo, se instaló en un hotel cercano al puente de Carlos. La ciudad no le defraudó. Regresó al hotel cuando ya el día daba sus últimos coletazos. Entonces reparó en él. Debajo de la placa bruñida del portal del hotel vio un corazón de tiza. Marrón y lila. Un garabato simpático. Marrón y lila, curioso, ésos eran sus colores. El viernes visitó iglesias, bebió cerveza, se extasió en Mala Strana. Decidió volver al alojamiento a asearse antes de ofrecerse una noche loca. Al corazón le habían salido unas letras. Iniciales. Más curioso aún: las dos iniciales de debajo del corazón coincidían con las de su nombre. Le ofreció un perplejo mohín al dibujo. Después, la farra fue hermosa, repleta de cafés sugestivos y música inolvidable.
El sábado salió a despedirse de Praga desde muy temprano, pues había decidido que el domingo se quedaría cerca del puente, oliendo los colores y el exultante abril que se ofrecía desde allí. Eran más de las doce de la noche del sábado cuando alcanzó el portal del pequeño hotel. No llegaba tan borracho ni tan cansado como para no reparar en el corazón, en las iniciales, en el nombre nuevo que había escrito y que ya conocía como un alias de un juego en línea, en el número que no le decía nada todavía: 326. La magia no entraba en sus planes. Alcanzó el vetusto ascensor, atónito con tanto azar imposible, sin reparar en el número rojo que adornaba la llave de su habitación: 327. No entendía cómo aquel nombre tan poco corriente podía haber aparecido allí. Avanzaba sobre la ajada alfombra del tercer piso cuando vio que la puerta anterior a la que cerraba su habitación estaba entreabierta. La 326. Se paralizó, lógicamente.
-Menos mal que apareces, ya casi no me quedaba tiza violeta -escuchó, y cruzó el espejo...
sábado, 9 de junio de 2007
Las charcas y la luna
Una buena amiga mía, que acaba de leer uno de los poemas que he colgado por esos foros de dios, me pide que le haga un comentario de texto y, a modo de ánimo, me promete sabroso bocata de calamares (es lista, lo hace antes de que le pida cualquier barrabasada carísima tipo percebes, cigalas, bogav..) y cañita bien tirada. Yo, débil entre los débiles, no sólo accedo a su petición sino que, en el colmo del desinterés, renuncio a cualquier tipo de premio gastronómico-festivo. Porque ¿quién mejor para hacer el comentario de texto de un poema que el propio autor, por muy poco consagrado poeta que éste sea? Y a ello voy. Para empezar, sepan ustedes que el poema en cuestión es el que a continuación les trancribo:
«Nadie ha descorrido
la sombra donde yacíamos.
Hay dos charcas en la noche
robándose la luna sin pudor.
Quizá no sean de sal,
quizá no sean de llanto...
pero sé que he estado allí.»
Obvia decir que se trata de una composición en verso libre, sin cánones de rima ni de medida. Si acaso es apreciable, como mucho, un agradecido ritmo en la acentuación que hace que la lectura sea grata (vanitas, vanitatis), sin cacofonías apreciables.
En los dos primeros versos, el poeta, y no olviden que soy yo, comenta 'Nadie ha descorrido/ la sombra donde yacíamos'... Con estas dos líneas de entrada nos quiere anunciar lo siguiente: Que nadie ha descorrido la sombra donde yació con alguien. Es decir, que el poeta y su acompañante yacían en una sombra y ahí es posible que sigan, o es posible que no. La cosa es que esa sombra no ha sido descorrida y que yacían.
Sigue el poema contando que 'hay dos charcas en la noche robándose la luna sin pudor'. Hay que reconocer que en estas palabras el poeta (servidor) se ha bañado (nunca mejor dicho) en poesía de la buena. Podría decirles que las charcas simbolizan dos amantes alejados; podría decirles que las charcas simbolizan el recuerdo, o que son un trasunto de la pasión, del deseo; podría decirles, incluso, que las dos charcas simbolizan eso, dos charcas. Dos charcas en la noche, en las que se refleja la luna dos veces y donde quizá el viento, al rielar sobre ellas, borra el reflejo en una y lo deja en otra, y viceversa. Podría deciros todas esas cosas pero, ahora mismo, sólo sé que no sé muy bien cómo era la verdad, pero, no me negarán que sería hermoso estar allí, en esa noche, con esa luna, con el fragor de esas aguas movidas por la brisa del primer verano...
Los versos finales no son más que un homenaje a la costra que dejan felicidades y tristezas en este avatar que es la vida. Todo se mezcla, todo queda, a veces agua en cualquier llanto, a veces aire en las palabras no proclamadas, a veces fuego en las caricias repetidas en versos que se fugan al silencio que agrieta el tenaz olvido.
Y en todas esas cosas, como en ésta, he estado...
viernes, 8 de junio de 2007
Habigaitzu
No, no todos los monstruos son temibles seres que nos provocan el susto en cuanto pueden. No, no, y tampoco todos, todos son feos como los Biribilozkis o los Achaparquis. Algunos son, todo lo mucho, raros. Claro que, vistos nosotros, «los normales» desde sus impresionantes ojos, como los de los habigatzus, seguramente que pensarán, si no lo mismo, algo peor. ¿Quién sabe? Lo cierto es que, piensen lo que piensen, ellos son unos monstruos deliciosos, delicados y casi hasta repateantemente dulces que, por desgracia, escasean cada vez más. Y eso que, nos consta, las medidas a tomar para detener su extinción son tan sencillas, tan sencillas que, a lo mejor hasta es por eso...
Éste que pasea su petirrojo soñador por los últimos campos de la primavera está sonriendo ahora mismo «Porque sí, porque tiene la suerte de haberte conocido...»
jueves, 7 de junio de 2007
martes, 5 de junio de 2007
Taupada
Etxean egindako lanak bukatutakoan eta gauzak bere lekuan jartzen saiatzen ari nintzela (alferrik, jakina) balkoian edonola pilatutako kaxen barruan zeuden edonola pilatutako paperen artean hop! marrazki hau agertu zait. Poztu nau bapatean topatzeak, are gehiago kutxetan gorderik zeuden beste hainbat paper azken hilabetetako euriek izorratu dizkidatela konprobatu ahal izan dudanean... izan da poza eta etsipena aldi berean (hor, adibidez, zakarrontzira joan behar izan dira hain maitegarriak nituen nire «xagu» batzuk, hezetasunak koloreak janda, zimurtuta, zatituta...) Printze txikiari begiratu diot eta berehala gogoratu naiz Taupada lagunentzako egindako marrazki guztiez, baita gogoratu ere nola duela urte batzuk Edurne Lasak Olentzerorako izugarrizko opari polita ekarri zidan: karpetatxo berde batean beraiei urteen zehar egin nizkien Gabonetako postalak, lehenengotik azkenera, txukun plastifikatuta... Une batez lehen aipaturiko paperen moduan, hezetasunak deseginda egon zitezkeela okurritu zait eta kutxa guztiak zabaltzeko asmoa izan dut... Baina, kartoiekin kristoren sarraskia egiten hasi baino lehenago, lanera, ez dakit ongi zertarako, aspaldi eraman nuela karpetatxoa gogoratu dut. Atzo, hemen daukadan kaosa patzientziaz miatuta, poltsa batean erdi agorturik egongo diren nire Karioka magikoekin topatu nuen eta gaur, dagoenekoz, etxean dira postaltxoak.
Sei urte ditu hemen ipiniko dudanak baina, Printze Txikia bezala, Olentzeroa bezala, Antzerkia bezala, adinik gabekoa dela uste dut, ez begiratu zenbakiei. Taupadakoei omenaldi txiki bat eskeini nahi diet honekin, beraiek banatzen duten magiarekin kolaboratzeko parada emateagatik (eta abendu bateko urdaizpikoagatik ere, noski).
TAUPADA BETI!!!
Sei urte ditu hemen ipiniko dudanak baina, Printze Txikia bezala, Olentzeroa bezala, Antzerkia bezala, adinik gabekoa dela uste dut, ez begiratu zenbakiei. Taupadakoei omenaldi txiki bat eskeini nahi diet honekin, beraiek banatzen duten magiarekin kolaboratzeko parada emateagatik (eta abendu bateko urdaizpikoagatik ere, noski).
TAUPADA BETI!!!
viernes, 1 de junio de 2007
Los Hacharraskiyos
Si bien ni panicólogos ni bichocráticos acaban de ponerse de acuerdo en la denominación definitiva, está claro que todo el mundo sabe qué es un Hacharraskiyo. Sobre todo, aquellos que habitan en las cercanías de los pantanos del Eskuukse, donde en agosto se producen esos prodigios de reflejos en los reflejos de los reflejos de las aguas y los cristales que allí proliferan. Dicen que este monstruo sólo puede aparecérsenos diez veces (que también es el número de tipos que se han constatado) en la vida y que no asusta especialmente, pero que no por ello deja de ser peligroso.
En efecto, en Adurriaga se ha sabido que M. A. Menchugar pisó un Hacharraskiyo en su jardín en la mañana en que cumplía 37 años y aún le dura el ataque de hilaridad. Mañana cumplirá 39 y ha adelgazado 14 kilos. El panicólogo de guardia le ha recomendado (sin demasiada fe) hacer guardia en el mismo jardín por ver si la aparición de otro de estos pequeños monstruos provoca una interrupción en su estado de carcajada perpetua. Se cree que su origen está en antiguas leyendas girondinas francesas, de donde tomaron cuerpo. En aquéllos viejos cuentos aquitanos se les denominaba bien Escarduás en la zona septentrional o también, más al sur, Diguirgots. El que se muestra en la ilustración superior es un Hacharrasquiyo del tipo Naguikuin, no mide más de 8 ó 9 centímetros y, por supuesto, no es comestible...
En efecto, en Adurriaga se ha sabido que M. A. Menchugar pisó un Hacharraskiyo en su jardín en la mañana en que cumplía 37 años y aún le dura el ataque de hilaridad. Mañana cumplirá 39 y ha adelgazado 14 kilos. El panicólogo de guardia le ha recomendado (sin demasiada fe) hacer guardia en el mismo jardín por ver si la aparición de otro de estos pequeños monstruos provoca una interrupción en su estado de carcajada perpetua. Se cree que su origen está en antiguas leyendas girondinas francesas, de donde tomaron cuerpo. En aquéllos viejos cuentos aquitanos se les denominaba bien Escarduás en la zona septentrional o también, más al sur, Diguirgots. El que se muestra en la ilustración superior es un Hacharrasquiyo del tipo Naguikuin, no mide más de 8 ó 9 centímetros y, por supuesto, no es comestible...
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