Eran poco más de las siete cuando Ricardo apareció con las maletas. Patricia le ayudó a vaciarlas y a colocar la ropa que no había que lavar, mientras le preguntaba por la estancia en Alemania y, a la vez, ambos se lamentaban del mal papel que, de nuevo, había cumplido el equipo nacional.
-No hay que buscar culpables. Simplemente somos peores. Francia, con cuatro jubilados nos dio una lección –aseguró él.
Ella fumaba observándole las idas y venidas por la casa, escuchándole el relato de su periplo mundialista mientras preparaba las cosas para un rápido aseo. Le hacía gracia el ardor que ponía en las explicaciones de los partidos que había presenciado y la profusión de detalles con que adornaba el cuento de su estancia en las diferentes ciudades en que había disputado España sus partidos.
-¿Lástima que les hayan eliminado, no? –terció ella cuando él, desnudo ya, estaba a punto de meterse a la ducha- Te han fastidiado tus vacaciones futboleras, Ricardo...
Le oyó desde detrás de la mampara responderle que era igual, que total si no era Francia, hubiera sido Brasil en la siguiente ronda y que ya tenía ganas de llegar y de estar en casita con ella y que la había echado de menos y bla, bla, bla...
- Te prepararé algo de cenar y te enseñaré algo que te he grabado, de la tele, creo que te va a gustar...
Aprovechó las sobras de la sopa que había tomado al mediodía y, mientras ésta se calentaba, le preparó una suave tortilla de queso sin materia grasa. Abrió una botella de Ribera de Duero, que era el vino predilecto de Ricardo, no entendía por qué, pues ella era una incondicional de los caldos riojanos.
-Ya tienes la cena preparada, Ricardo –le llamó -. Te la he puesto en la sala, para que puedas ver el vídeo que te he comentado. Date prisa, la sopa se te va a enfriar.
Ricardo llegó con el rubio, casi albino, cabello aún húmedo, peinado hacia atrás. Patricia le miró, era ciertamente guapo, con esa pinta de sueco aniñado, pese a sus ya casi treinta y cinco años. Venía ataviado con la vieja camiseta que siempre llevaba para andar por casa y que daba el justo relevo y contrapunto a la inexcusable obligación del traje y la corbata de la oficina. Sobre todo desde que le habían nombrado jefe de zona en la multinacional holandesa, donde trabajaba desde que se licenciara en Derecho, hacía ya casi diez años. Llevaba desde enero como encargado de la empresa en seis provincias y quería aprovechar el mundial, le había comentado a Patricia, para liberar un poco del estrés del nuevo cargo; pero, le había prometido a modo de desagravio, les esperaba un crucero de lujo a finales de agosto, por las Cícladas.
Patricia se había ido acostumbrando sin problemas a la desmedida afición de Ricardo por casi todos los deportes. Cuando eran novios le había, incluso, acompañado a algún que otro partido de fútbol de los que disputaba el Sporting, el club de su marido de toda la vida, en sus desplazamientos, y habían aprovechado para hacer turismo el resto del fin de semana en que se celebraban aquellos encuentros. Pero ella, a quien lo más que le atraía, y no demasiado, eran el patinaje artístico y esa gimnasia donde las niñas utilizan mazas, lazos y aritos, acabó harta de fútbol, baloncesto, motociclismo y reuniones atléticas y, simplemente, le dejaba hacer y vivir esa afición.
Lo cierto es que siempre había sido feliz con Ricardo y no había consentido que ni los deportes ni su fanatismo por alguno de ellos supusiera un problema. Como, por otra parte, más que molestarla, le hacía gracia cómo aquella pasión le transformaba en otro ser muy distinto de aquél del terno de Armani o de Castellfi, pues todo transcurría sin conflictos entre la rutina casera de ella y el imparable medrar empresarial de su marido. Él tampoco ponía impedimentos a las eternas veladas en las temporadas de ópera y zarzuela, a las que Patricia era asidua, desde antes incluso de su época como contralto en el coro de la Sociedad Cantábrica de Amigos de la Ópera. Formaban, a ojos vista, una pareja justamente envidiada en el ámbito en que se movían.
-Bueno, cariño, dime... ¿qué es eso tan interesante que me has grabado? –inquirió él, sentado ya en la mesa y empezando a saborear la sopa.
Ella introdujo la cinta de vídeo en el reproductor y, mientras iba preparando los canales y los telemandos, empezó a explicarle.
-Lo que vas a ver lo grabé anteayer en el telediario de la noche aunque, en realidad, yo lo vi por primera vez en el del mediodía, poco antes de las noticias metereológicas –dijo ella. Encendió un pitillo y se sentó en el sofá cercano a la mesa, situándose justo a la espalda de Ricardo, con el mando del vídeo. Le dio a rebobinar y continuó hablando –Habían ocurrido varios fenómenos atmosféricos en diferentes puntos de España y, mientras ofrecían la noticia de uno de ellos, en particular, fue cuando lo vi. Me quedé tan sorprendida que casi se me cae el bocado de sandía de la boca. Como sé, por experiencia, que en esta cadena de televisión repiten en la noche, si no todas, la mayoría de las noticias del mediodía, pues preparé una cinta durante mi cena para poder enseñártelo a tu regreso. Claro que no esperaba que regresaras tan pronto, todos confiábamos en que la selección llegara algo más lejos.
-Fenómenos atmosféricos... mmmm... –musitó el marido, que ya estaba empezando la deliciosa tortilla de queso, mirándola de reojo y frunciendo el ceño graciosamente –esto me huele a broma de mi querida y aburrida esposa. Pero, bueno, veamos qué hay en esa cinta...
La reproducción de lo que su esposa había grabado ya eastaba en marcha. Patricia había empezado a grabar desde el final de los deportes, justo unos segundos antes de que la guapa presentadora anunciara la serie de fenómenos que Patricia había mencionado. Se miraron, ella sonrió, pícara. Ricardo hizo un gesto socarrón, como diciendo «¿va ser verdad que me has grabado el tiempo?».
-‘Hoy, por diversos puntos de la geografía peninsular se han producido diversos fenómenos metereológicos. A las abundantes lluvias que llevan sufriendo toda la semana en Málaga, se han sumado los fuertes granizos de la provincia de Segovia y los vientos de más de ciento veinte kilómetros por hora en el litoral gallego. Pero, quizá lo más curioso del día se ha producido en las islas Canarias y, más concretamente, en la isla de Fuerteventura. Un potentísimo chaparrón de características tropicales sorprendió a las numerosos turistas que disfrutaban de un precioso día soleado –la presentadora hizo una breve pausa antes de dar paso al reportaje –. Fue cuestión de minutos, vean...’
En la pantalla aparecieron las imágenes anunciadas: un aguacero torrencial impresionante, más digno de zonas como Bangkok o Hanoi, formando una cortina de agua que apenas dejaba entrever las figuras de los bañistas, huyendo a duras penas del arenal, tratando de encontrar refugio en los bares y restaurantes del paseo cercano. Después de la visión de la tremenda lluvia, el reportaje seguía con un corte donde enfocaban al periodista canario que informaba desde la misma playa, ya seca, a la hora del informativo del mediodía.
-‘Gracias a Dios, el torrente atlántico que sobrevino esta mañana duró escasamente diez minutos pues, según informaciones del Centro Metereológico Canario, caso de haberse prolongado apenas media hora más, las consecuencias podían haber sido catastróficas. Sin embargo, como pueden ustedes ver a mis espaldas, ahora, apenas unas horas después, parece como si nada hubiera sucedido aquí.’
La cámara fue enfocando, paulatinamente, el paseo marítimo con sus viandantes, la playa, ya poblada de gente y, finalmente, las terrazas de los bares que flanqueaban todo el paseo hasta detenerse y hacer zoom ampliando una de ellas. Entonces, Ricardo también lo vió. Y también estuvo a punto de dejar escapar el bocado de tortilla que masticaba. Volvió la vista para mirar a su esposa, pero ella ya no estaba en el sofá. Oyó su voz desde la puerta del salón que daba a las habitaciones y al pasillo.
- Sí, creo que esa misma cara que has puesto tú debí de poner yo el otro día –dijo mientras pulsaba el botón de la pausa en el mando. Después, lo depositó en la mesa, junto al plato vacío de sopa –. Puedes quedarte la cinta, he hecho otra copia que tiene Belén, mi abogada, claro. Supongo que pronto sabremos también desde qué playas viste la final de Roland Garros del año pasado o la final de Copa de hace dos. No será difícil para los detectives, querido.
Patricia se giró y cargó la bolsa de viaje que había preparado en la mañana. Miró a Ricardo con la misma sonrisa pícara con que había empezado a ver el vídeo.
- Me voy dos días donde mi madre, Ricardo. Belén va a pedir que abandones el ‘hogar’ hasta que haya una sentencia. Espero que seas lo suficientemente civilizado como para que no estés aquí cuando regrese –encendió otro cigarrillo, tomó un libro y una revista que había en la repisa del pasillo y, desde allí, le escupió las últimas palabras –. Ah, no temas, la cena no está ni envenenada ni nada por el estilo, querido, tienes que mantenerme a cuerpo de rey durante una larga, larga, larga temporada.
Ricardo no acabó de salir del estupor pese al fuerte portazo con que Patricia acababa de salir, suponía, de su vida. O quizá, mejor, sacarlo. Sólo fue capaz de, como un autómata imbécil, pulsar el botón PLAY en el mando que ella había posado al lado. El zoom de la cámara, hasta que Patricia detuvo la imagen, había acercado la enorme terraza del Café ‘La Palmera de Oro’. Lo había hecho hasta el punto de llenar la pantalla con los rostros de una pareja: él tan rubio que parecía sueco, ella morena mediterránea. Se besaban sin pudor, reían con descaro y bebían, tonteando, los exóticos combinados que tenían en la mesa con sombrilla que les cobijaba. Y a Ricardo, en ese momento, Yolanda, su secretaria, se le antojó, sin lugar a dudas, la mujer más fea del mundo.
-No hay que buscar culpables. Simplemente somos peores. Francia, con cuatro jubilados nos dio una lección –aseguró él.
Ella fumaba observándole las idas y venidas por la casa, escuchándole el relato de su periplo mundialista mientras preparaba las cosas para un rápido aseo. Le hacía gracia el ardor que ponía en las explicaciones de los partidos que había presenciado y la profusión de detalles con que adornaba el cuento de su estancia en las diferentes ciudades en que había disputado España sus partidos.
-¿Lástima que les hayan eliminado, no? –terció ella cuando él, desnudo ya, estaba a punto de meterse a la ducha- Te han fastidiado tus vacaciones futboleras, Ricardo...
Le oyó desde detrás de la mampara responderle que era igual, que total si no era Francia, hubiera sido Brasil en la siguiente ronda y que ya tenía ganas de llegar y de estar en casita con ella y que la había echado de menos y bla, bla, bla...
- Te prepararé algo de cenar y te enseñaré algo que te he grabado, de la tele, creo que te va a gustar...
Aprovechó las sobras de la sopa que había tomado al mediodía y, mientras ésta se calentaba, le preparó una suave tortilla de queso sin materia grasa. Abrió una botella de Ribera de Duero, que era el vino predilecto de Ricardo, no entendía por qué, pues ella era una incondicional de los caldos riojanos.
-Ya tienes la cena preparada, Ricardo –le llamó -. Te la he puesto en la sala, para que puedas ver el vídeo que te he comentado. Date prisa, la sopa se te va a enfriar.
Ricardo llegó con el rubio, casi albino, cabello aún húmedo, peinado hacia atrás. Patricia le miró, era ciertamente guapo, con esa pinta de sueco aniñado, pese a sus ya casi treinta y cinco años. Venía ataviado con la vieja camiseta que siempre llevaba para andar por casa y que daba el justo relevo y contrapunto a la inexcusable obligación del traje y la corbata de la oficina. Sobre todo desde que le habían nombrado jefe de zona en la multinacional holandesa, donde trabajaba desde que se licenciara en Derecho, hacía ya casi diez años. Llevaba desde enero como encargado de la empresa en seis provincias y quería aprovechar el mundial, le había comentado a Patricia, para liberar un poco del estrés del nuevo cargo; pero, le había prometido a modo de desagravio, les esperaba un crucero de lujo a finales de agosto, por las Cícladas.
Patricia se había ido acostumbrando sin problemas a la desmedida afición de Ricardo por casi todos los deportes. Cuando eran novios le había, incluso, acompañado a algún que otro partido de fútbol de los que disputaba el Sporting, el club de su marido de toda la vida, en sus desplazamientos, y habían aprovechado para hacer turismo el resto del fin de semana en que se celebraban aquellos encuentros. Pero ella, a quien lo más que le atraía, y no demasiado, eran el patinaje artístico y esa gimnasia donde las niñas utilizan mazas, lazos y aritos, acabó harta de fútbol, baloncesto, motociclismo y reuniones atléticas y, simplemente, le dejaba hacer y vivir esa afición.
Lo cierto es que siempre había sido feliz con Ricardo y no había consentido que ni los deportes ni su fanatismo por alguno de ellos supusiera un problema. Como, por otra parte, más que molestarla, le hacía gracia cómo aquella pasión le transformaba en otro ser muy distinto de aquél del terno de Armani o de Castellfi, pues todo transcurría sin conflictos entre la rutina casera de ella y el imparable medrar empresarial de su marido. Él tampoco ponía impedimentos a las eternas veladas en las temporadas de ópera y zarzuela, a las que Patricia era asidua, desde antes incluso de su época como contralto en el coro de la Sociedad Cantábrica de Amigos de la Ópera. Formaban, a ojos vista, una pareja justamente envidiada en el ámbito en que se movían.
-Bueno, cariño, dime... ¿qué es eso tan interesante que me has grabado? –inquirió él, sentado ya en la mesa y empezando a saborear la sopa.
Ella introdujo la cinta de vídeo en el reproductor y, mientras iba preparando los canales y los telemandos, empezó a explicarle.
-Lo que vas a ver lo grabé anteayer en el telediario de la noche aunque, en realidad, yo lo vi por primera vez en el del mediodía, poco antes de las noticias metereológicas –dijo ella. Encendió un pitillo y se sentó en el sofá cercano a la mesa, situándose justo a la espalda de Ricardo, con el mando del vídeo. Le dio a rebobinar y continuó hablando –Habían ocurrido varios fenómenos atmosféricos en diferentes puntos de España y, mientras ofrecían la noticia de uno de ellos, en particular, fue cuando lo vi. Me quedé tan sorprendida que casi se me cae el bocado de sandía de la boca. Como sé, por experiencia, que en esta cadena de televisión repiten en la noche, si no todas, la mayoría de las noticias del mediodía, pues preparé una cinta durante mi cena para poder enseñártelo a tu regreso. Claro que no esperaba que regresaras tan pronto, todos confiábamos en que la selección llegara algo más lejos.
-Fenómenos atmosféricos... mmmm... –musitó el marido, que ya estaba empezando la deliciosa tortilla de queso, mirándola de reojo y frunciendo el ceño graciosamente –esto me huele a broma de mi querida y aburrida esposa. Pero, bueno, veamos qué hay en esa cinta...
La reproducción de lo que su esposa había grabado ya eastaba en marcha. Patricia había empezado a grabar desde el final de los deportes, justo unos segundos antes de que la guapa presentadora anunciara la serie de fenómenos que Patricia había mencionado. Se miraron, ella sonrió, pícara. Ricardo hizo un gesto socarrón, como diciendo «¿va ser verdad que me has grabado el tiempo?».
-‘Hoy, por diversos puntos de la geografía peninsular se han producido diversos fenómenos metereológicos. A las abundantes lluvias que llevan sufriendo toda la semana en Málaga, se han sumado los fuertes granizos de la provincia de Segovia y los vientos de más de ciento veinte kilómetros por hora en el litoral gallego. Pero, quizá lo más curioso del día se ha producido en las islas Canarias y, más concretamente, en la isla de Fuerteventura. Un potentísimo chaparrón de características tropicales sorprendió a las numerosos turistas que disfrutaban de un precioso día soleado –la presentadora hizo una breve pausa antes de dar paso al reportaje –. Fue cuestión de minutos, vean...’
En la pantalla aparecieron las imágenes anunciadas: un aguacero torrencial impresionante, más digno de zonas como Bangkok o Hanoi, formando una cortina de agua que apenas dejaba entrever las figuras de los bañistas, huyendo a duras penas del arenal, tratando de encontrar refugio en los bares y restaurantes del paseo cercano. Después de la visión de la tremenda lluvia, el reportaje seguía con un corte donde enfocaban al periodista canario que informaba desde la misma playa, ya seca, a la hora del informativo del mediodía.
-‘Gracias a Dios, el torrente atlántico que sobrevino esta mañana duró escasamente diez minutos pues, según informaciones del Centro Metereológico Canario, caso de haberse prolongado apenas media hora más, las consecuencias podían haber sido catastróficas. Sin embargo, como pueden ustedes ver a mis espaldas, ahora, apenas unas horas después, parece como si nada hubiera sucedido aquí.’
La cámara fue enfocando, paulatinamente, el paseo marítimo con sus viandantes, la playa, ya poblada de gente y, finalmente, las terrazas de los bares que flanqueaban todo el paseo hasta detenerse y hacer zoom ampliando una de ellas. Entonces, Ricardo también lo vió. Y también estuvo a punto de dejar escapar el bocado de tortilla que masticaba. Volvió la vista para mirar a su esposa, pero ella ya no estaba en el sofá. Oyó su voz desde la puerta del salón que daba a las habitaciones y al pasillo.
- Sí, creo que esa misma cara que has puesto tú debí de poner yo el otro día –dijo mientras pulsaba el botón de la pausa en el mando. Después, lo depositó en la mesa, junto al plato vacío de sopa –. Puedes quedarte la cinta, he hecho otra copia que tiene Belén, mi abogada, claro. Supongo que pronto sabremos también desde qué playas viste la final de Roland Garros del año pasado o la final de Copa de hace dos. No será difícil para los detectives, querido.
Patricia se giró y cargó la bolsa de viaje que había preparado en la mañana. Miró a Ricardo con la misma sonrisa pícara con que había empezado a ver el vídeo.
- Me voy dos días donde mi madre, Ricardo. Belén va a pedir que abandones el ‘hogar’ hasta que haya una sentencia. Espero que seas lo suficientemente civilizado como para que no estés aquí cuando regrese –encendió otro cigarrillo, tomó un libro y una revista que había en la repisa del pasillo y, desde allí, le escupió las últimas palabras –. Ah, no temas, la cena no está ni envenenada ni nada por el estilo, querido, tienes que mantenerme a cuerpo de rey durante una larga, larga, larga temporada.
Ricardo no acabó de salir del estupor pese al fuerte portazo con que Patricia acababa de salir, suponía, de su vida. O quizá, mejor, sacarlo. Sólo fue capaz de, como un autómata imbécil, pulsar el botón PLAY en el mando que ella había posado al lado. El zoom de la cámara, hasta que Patricia detuvo la imagen, había acercado la enorme terraza del Café ‘La Palmera de Oro’. Lo había hecho hasta el punto de llenar la pantalla con los rostros de una pareja: él tan rubio que parecía sueco, ella morena mediterránea. Se besaban sin pudor, reían con descaro y bebían, tonteando, los exóticos combinados que tenían en la mesa con sombrilla que les cobijaba. Y a Ricardo, en ese momento, Yolanda, su secretaria, se le antojó, sin lugar a dudas, la mujer más fea del mundo.
6 comentarios:
Antonia diria que las mentiras tienen las patitas muy cortas...
yo, lo que son las muejeres de hoy !!
mi mujer, qué corbarde es un hombre !!
Ahora entiendo la afición desaforada de los hombres por el football, seguirían (con) "su equipo" ;-P a donde sea...y con quien sea.. pero lo feliz, a mí me lo parece, que se ha quedado la mujer sólo lo puedo comparar a lo que debe experimentar la ex de Sarkozy..¡Qué peso se ha quitado de encima!
Muxu Joseba.
Madame Antonia, (ah, quelle femme!) aura toujours raison. Sa soeur aînée dirait que «se coge antes al mentiroso que al cojo»
Mais, mmm... ce qu'elle dit ton épouse... c'est bien intéresante...jejeje...
Bisous, Y. et famille.
Y la cara de tonto del marido, Selma, tampoco tiene precio, creo yo. Los hombres tenemos desaforada afición al fútbol, eso no es malo, no: ¡¡siempre que sea para ver futbol!!!
;-))Muxu bat, Baketxu.
El que más perdió fue él y no sólo por la cara que se le debió de quedar cuando su mujer, definitivamente liberada de una relación que no le debía de resultar excesivamente necesaria, prometió sacarle los hígados de por vida y echarlo de casa. Yo creo lo más terrible fue ver la imagen con el rostro de su amante y que éste le resultase insoportablemente feo.
Darte cuenta demasiado tarde de que te has equivocado de medio a medio y de que el precio ha sido muy alto, de que no merecía la pena lo obtenido, si la contrapartida es lo perdido. Eso sí es un auténtico fracaso.
Joder, Joseba, qué bien escribas.
Pues claro, Enrique, ¿no ves que soy del Bocho? :-)
En serio, me ha gustado el ritmo, la visibilidad y la naturalidad.
Un abrazo,
Jajajaa, Kike, eskerrik asko, txo!
No soy del mismo Botxo, pero sí de un pueblo al ladito: Barakaldo; y aunque para afeitarme me tienen que echar un poquito de crema, no como a los del mismo Bilbao, igual te agradezco tu visita y el hermoso comentario.
Gracias, de nuevo.
Freia, razón tienes... esa balanza...Abrazos.
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