miércoles, 20 de octubre de 2021

INVENTARIO DIÓGENES


Todo lo que cuento es importante,
quizá tú formas parte de mi historia
y en tanto lees esto
te recuerdas a mi lado emborrachándote
en un pueblito cerca de Lerma,
o escuchando susurrar a los plataneros
sus altas historias colocados en un banco
del parque de Los Hermanos,
o dentro de una tarde de domingo en un cine atestado
aterrada (y aterrado) en el estreno de «Alien»,
o besándome en algún rastrojo,
o en alguna tribuna solitaria,
o en otro cine menos atestado…
Quizá tu memoria te ponga
en una de esas malas tardes
que tiene cualquiera (don’t look back in anger, baby),
en una mala disputa de fin de semana…
Es importante que sepas
que me gustaría que te vieras
muerta de celos
viéndome pasar cerca de ti tantos años después
creyendo que ignoro tu nombre,
o que te recordaras escribiéndome
alguna carta de furioso amor,
o diciéndome adiós otra vez
o llorando porque te hice tan feliz
que ya sólo puedes ser desdichada…
Todo es importante,
todas esas muertes que voy dejando
en los parques de los ochenta,
en algunas cárceles, en la propia casa…
No tiro ningún recuerdo
y cierta noche de agosto en la alamea
partiendo sandías es tan importante
como algunos amaneceres rojos
en aquella playa que llenábamos seis amigos
sin ninguna vergüenza en las manos,
como las tetas de una turista alemana
abrazando mi cuello en Larrabasterra,
como tus ojos de antes y los de ahora,
como todos esos primos que abarrotaron
los veranos de nuestra misma sangre,
nada tiro, nunca tiro nada
porque cuanto cuento es tan importante
como los sueños que se niegan a borrarse,
como los viajes en bote sobre la ría en enero,
como los Bisontes que compartíamos,
como los Sombras que compartíamos,
como los porros que compartíamos,
como otras madrugadas en la alamea,
noches de pitarra y guitarra
y amores que nunca fueron, que pudieron ser,
que son,
como aquel beso de Kiko a Toñi,
de Kiko a Katy, de Kiko a Mari,
como la cigüeña que cagó mi mejor camisa
una mañana de 1976 a la una y diez en la plazuela…
Todo es importante y todo lo acumulo
como el delicioso arroz que tomé ayer,
como la magnífica clase de mates que di,
como la deliciosa cara de mi alumno
descomponiendo con acierto el número 124,
como mi cara descubriendo que San Agustín

seguramente fue negro o de piel muy oscura,
como las horas previas a mi muerte,
muerte que os cederá a todos vosotros
la ingente tarea de tirarlo todo
menos este inventario
que, tal vez, he incrustado en vuestro síndrome…
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