Es extraño que sólo siete años más tarde admitiera Kasher que el poema primigenio era un disparate de ritmo repleto de sobresaltos y eufonías forzadas. Y, por otra parte, llama la atención el hecho de que el único poema editado dos veces (el mismo pero diferente, obvio es) en la maravillosa revista «El asno en globo», del sanatorio donde el poeta debió de pasar cuando menos un par de lustros, sea un soneto.
Cuesta imaginarse al artista peleándose con quien quiera que fuera el director de la publicación por aquella época (sospecho que se trataba de Ramón H...) para que incluyera el poema en cuestión y la diatriba contra el original que lo precede y que obviaré aquí, del mismo modo que obviaré el soneto que mi adorado autor tanto odió, como odió, en general, la figura poética de los catorce versos rimados tan ponderada por otras voces. No me arrogaré sino la puntualización de que, una vez más, distancia y olvido asolan su pluma...
Es tan temprano todavía, apenas
las nubes de algodón pintan erizos
sobre el dormido mar pleno de hechizos,
inmenso crisol de coral y arenas.
Tan temprano y mis manos van ya llenas
con ecos de sirenas, primerizos
síntomas de ti, pero ya enfermizos
recuerdos hechos de aire, ¡esas cadenas!
Nubes por cielo y mar y yo aquí, quieto,
amanezco sin ti, lejano encanto.
Tendré que abandonar este soneto
pues sólo despertar te añoro tanto
que iré con esas nubes, te prometo
que lloverá a las tres. Será mi llanto.
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