jueves, 29 de noviembre de 2007

Un tango para Mary Kate

No entiendo cómo no recuerdo en qué ciudad hermosa me ocurría aquello. Es imposible olvidar que había un río sucio y una maravilla de incontables puentes. Llovía como lágrimas de perfectos replicantes pero yo no tenía ninguna pena en las almas. Quizá por eso me refugié en los soportales que albergaban el Café 'La carrera de Innesfree' y desembocé mi viejo acordeón.
No me sorprendió que la voz de muelle y atardecer del ajado Foulon no les resultara extraña a los parroquianos. Tuve la sensación de que aquel instrumento se había inventado para aquella ciudad y, aún más, para aquel justo entorno donde ahora me afanaba con un tango de Laboa.
«...zardi Rimbaud etorri duk hitaz galdezka, eta gu ere hire zain geundela esan zioagu...»
Las monedas caían con la frecuencia soñada por todo músico callejero pagado de pueril romanticismo. Pocas y pequeñas.
«... eta belatzean eseri gaituk denok erlojuak janez...» Por otro lado, cada vez que se abría la puerta barroca del café, me sobrecogía un sorprendente aroma a manzanas asadas que me llevaba a la casa de la infancia y a redoblar las notas con la furia de una añoranza amable. «...beleak uxatzen ote hintzen ikus zezan gero kanpaiak entzun dizkiagu zakurrak zaunkaka orduan sortu haiz bidetik balantzaka...»
Arreció la lluvia. El soportal se abarrotó. No tuve más remedio que aparcar el poema de Atxaga, traicionándolo con un
arin-arin cromático cremático. Monedas igual de pequeñas, pero más. Sabía que, para cuando acabara ese tema, no podría escapar a la tentación de un café doble, con cualquiera que fuera el pastel de manzana que allí sirvieran. Pulsaba las teclas imaginando a Maureen, la roja cabellera perfectamente recogida con un zapi, obrando en la cocina del local y me imaginaba a mí mismo como un Thortonn, enano pero feliz.
Y entonces se aclaró la mañana. Y se disipó la muchedumbre. Y la mismísma Mary Kate apareció delante, como una salesiana que ha hecho novillos, perfectamente mal vestida, quieta, los pies juntos, las manos enlazadas, los ojos en mis dedos, la boca huyendo muy lejos de su cara...
Rematé el aire sin dejar de mirarla. Recorrió en doce pasitos los siete que nos separaban. Desenlazó las manos y me mostró un billete de diez euros.
- Joue celle que tu chantais avant la pluie et après tu pourras manger ton delicieux Irischer Apfelkuchen.
Los rizos se fugaban de su gorro empapado, dibujándole unos parches tan leves como su chantaje. No recuerdo la ciudad, no olvido que no era una población francesa. Ella tampoco lo era, pero sabía que era el único idioma que entendía lejos de casa, del mismo modo que sabía que no tenía hambre.

-Lizardi, Rimbaud etorri duk
hitaz galdezka
eta gu ere hire zain geundela
esan zioagu
ez hitzela aspaldi azaldu
etxetik
eta belatzean eseri gaituk denok
erlojuak janez
baina mezularia bidali diagu Alosko torrea
eskilara luzetan
beleak uxatzen
ote hintzen ikus zezan
gero kanpaiak entzun dizkiagu
zakurrak zaunkaka
orduan sortu haiz bidetik
balantzaka
eta hirekin aurrez aurre jarri garenean
zerraldo erori haiz gure oinetan
eta gorpu gogor hintzen
udazkenaren tronoan
hertsi dizkiagu begiak
adiosik ez
eta goizaldean
muxika hezur batetan sarturik
o petit poete
pirotekniarik gabe lurperatu haugu
baratzan.

Mary Kate había desaparecido para cuando abrí los ojos, después de colupiarme, extasiado, en el fraseo final del acordeón. El pastel fue una delicia que aún vuelve a mi paladar en algunas concretas tardes de chaparrones intensos y fugaces. Anoto los nombres de los pueblos donde toco las canciones que ahora son mías. Las escribo obedeciendo un encargo inexcusable. En aquel billete está escrito «Si tu chantais tes paroles, j’existirais toujours» Porque el postre de aquella tarde lo pagué con los cobres pequeños, sus diez euros siempre van conmigo.

jueves, 18 de octubre de 2007

Txoria txori mp3

Hegoak ebaki banizkio
nerea izango zen,
ez zuen aldegingo.
Bainan, honela
ez zen gehiago txoria izango
eta nik...
txoria nuen maite.

Bebo un bourbon, miro un Hopper, escribo...



No hay herida ya que tanto vuele
desde esta noche que edificó hambrunas,
luz de deseos como enormes lunas

que se graban en la ingle que más duele.


Si acaso algún beso que en la almohada cele

un disturbio de labios como tunas,

de dedos machacados de aceitunas,

¡caricia errante que las almas muele!

Vamos desnudos, al dolor ajenos

regalando los ojos al futuro.

«Sabes que te amo, te echaré de menos»


Tú en la ventana. «Todo esto es tan duro...»
ninguno llorará aunque estemos llenos

de mil lágrimas... «Me marcho... Te juro...»

martes, 9 de octubre de 2007

Zeure ate guztietan
irekitzen diren zirrikituetatik
asmatzen gai ez naizen
uso guztiak,
lore guztiak,
berba guztiak
eta haibestetan
ezezaguna zaigun perla
sortzen duen
taupada goxo eta geldia ere
datozkigu etengabe...

viernes, 5 de octubre de 2007

CONDENA

Aquel día yo paseaba con mi hermana Silvia por el rompeolas de la playa del Golfo. Había una hilera de puestos, improvisados informalmente, a lo largo paseo que se colaba en el mar como una lanza de hormigón y hierros vencidos por el salitre. El día moría pintando un atardecer que hacía enmudecer a las gaviotas. El sol tendía su bronce sobre el agua, rescatando brillos que se multiplicaban en los cristales del faro centenario que se alzaba, rematando el espigón, como una muda cariátide sujetando su luz.
Me detuve ante él, como guiada por algún sortilegio, y admiré cómo manipulaba las piedras que convertía en adornos de pulseras, collares, colgantes. Alzó la vista desde sus tenazas y, entonces, surtió el milagro interminable de quedarme anclada en ese instante para siempre. No sé si me miró con la boca o si me sonrió de ojos, pero no dudo que fue la mejor caricia que he sentido nunca. No soy capaz de asegurar que la tarde siguiera su rumbo, sólo que mi hermana tiraba de mí con enojosa prisa. Antes, tuvo tiempo de depositar en mi mano un pedazo de alguna roca lavada por el fuego de algún ignoto volcán. Todavía no he resuelto la inscripción en sánscrito vagabundo que la adorna. No sé qué candonga usé para librarme de Silvia y su empeño por alcanzar el faro. Cuando regresé, ya no estaban ni el puesto, ni las pulseras, ni su sonrisa, ni sus ojos.
Pero todo el desánimo de estos tres años está desapareciendo; ahora no ignoro que le veré pronto: la piedra que cuelga desde entonces de mi cuello, empezó a iluminarse hace algún tiempo, latiendo en ciertas noches en que la luna mengua dibujando la sonrisa de un niño, revelándome, cada vez una palabra del misterio que él grabó con la parsimonia de los besos que aún no nos damos... Y el misterio, era un soneto:

Condenada al beso definitivo
tu historia espera en cierto rompeolas;
un hombre violeta fumando a solas
te espera en el silencio del cautivo.

Ignora si está muerto o si está vivo
pero riega dos labios de amapolas,
fuma y fuma, pulsando caracolas
que tienen tu llegada por motivo.

Sabe que has de llegar envuelta en viento,
una tarde de nardos y azucenas,
sabe que el día cesará un momento,

y sabe que has matado lunas llenas,
aguardando esta cita, sin aliento,
en que cumplas, besándole, condena...

sábado, 8 de septiembre de 2007

La vie, ah, saloparde!

Si la vida fuera como tendría que ser
yo acabaría mis días
en un pulcro hotel
cerca quizá de Aberdeen,
de las estatuas del estuario Cabot
o, si mi ventura gozara de un último deseo,
mejor en Skägerlust:
hay allí una luz a últimos de agosto
con que suicidarse mejor.
Podría así legar el hermoso cuadro
de un poema vital
desparramado por la estancia.
Tendrá que haber una ventana
y un muelle cercano.
Llegará una mujer de lejos
e irá encontrando la peripecia de mi vida
en entrañable inventario:
en unos versos
que ahora no recuerdo
y que hace años escribí
en una servilleta de papel
en un bar todo alzado en madera de roble,
y en la cajita de fósforos
con dos teléfonos apuntados
detrás del anagrama de aquel hotel
recóndito, mediterráneo,
beige...
y en una postal arrugada y manuscrita
donde quizá aún se vea Valparaíso
o Bocas del Toro
o una noche en Baltimore (Maryland),
y me encontrará en alguna carta húmeda
con doscientas lecturas
dentro de un viejo libro de Uxué
leído trescientas,
y en el rastro de una pulsera robada,
y en la sal engastada
en los pliegues
de la vieja gorra de marino impenitente
que habrá sobre la silla,
perfectamente abandonada.
La mujer,
si la vida fuera como es debido,
deberá acercarse a la ventana
apretando mi muerte
en cualquiera de mis papeles
y podrá ver volar el testamento
de algunos besos perdidos
sobre el oceáno en cuestión.
Sé que es muy triste,
pero no deja de ser hermoso
porque
podrán ser las once de la noche
y ser, todavía, puro día...

viernes, 7 de septiembre de 2007

Las gaviotas elevan
sus rosas de sal,
las espumas se vuelcan
en el cabo del norte,
la madrugada
es un bálsamo
sin preguntas
y mi descanso
es un lejano mirador,
unos versos antiguos,
una piel indemne...
unas horas robadas.
¿Por qué no ruge este mar?


(D.Errota, «Bitácora Rota» 1911)

FRÁGILES OLVIDOS

Cadáveres  exquisitos  dejaremos y esos frágiles olvidos que ilustran la memoria que nos tendrán... Ella escuchaba el mismo disco de Serrat ...