Cada vez que me acerco a las verjas herrumbrosas del cementerio me asalta la inquietud inexpresable de Castelao en su Ojo de cristal. Pienso en aquella angustia del padre quien, enterrado junto a un cojo, manifestaba su temor infinito a que le robara el peroné, o la tibia, o ambos... Pienso también si yo, como él, tendré que ir algún día a san Andrés de Teixido a cumplir alguna cosa que dejé sin hacer en vida. Y pienso que, en tal caso, tendré que abandonar mi esqueleto y que no sé quién reposará encima mío en la hilera superior de nichos, ni a mis flancos.
Lo tengo claro. Pediré a mis hijos que me entierren sin nadie alrededor, aunque les cueste una fortuna...
Lo tengo claro. Pediré a mis hijos que me entierren sin nadie alrededor, aunque les cueste una fortuna...
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