«Hasta siempre, Vladimir» La hojita, más que amarilla ya, se escurrió de la funda del DVD. Cincuenta y un años después volvió a emocionarse y volvió a manosear el papel con ese pálpito acuoso que le martilleaba en las yemas de los dedos.
Dentro de cuatro días ella cumpliría sesenta años en alguna parte. Pero estaba seguro de que seguía viva. Porque él lo seguía estando pese a tanta penuria. Después de haber aguantado en aquel maldito lugar donde se conocieron, hasta que cumplió dieciséis y empezó a picar en las minas de Stalgyz. Después de haber aguantado cuarenta más en los túneles, agravando su silicosis. Después de llevar casi un lustro en aquel cuarto, al este de Ôbuda, esperando la muerte con su tos incesante y viendo una y otra vez las películas que iba comprando en las ofertas de los diarios.
«Hasta siempre, Vladimir» Observó, por enésima vez, la exagerada 'V' que fue violeta, como sus inolvidables y asustadizos ojos. Aquella 'V' puerilmente rematada con una especie de margarita en la voluta de la derecha, sobre la insegura ‘l’. Iba a guardarla de nuevo en la funda, pero decidió que dejaría ‘Cinema Paradiso’ para el día siguiente y que volvería a verla sonreír y llorar con esos otros ojos maravillosos de Charlize, a quien tanto se parecía. Cuando volvieran a encontrarse le diría «te he estado viendo cada semana durante años, aunque el orfanato fuera otro y el paisaje fuera otro y aunque no te llamases Agniesza. ¿Porque... te sigues llamando Agniesza, verdad?»
Introdujo el disco y, con el papelito en las manos, cerró los ojos. «Buenas noches, Vladimir, príncipe de Bohemia, rey de Nueva Hung...»
Dentro de cuatro días ella cumpliría sesenta años en alguna parte. Pero estaba seguro de que seguía viva. Porque él lo seguía estando pese a tanta penuria. Después de haber aguantado en aquel maldito lugar donde se conocieron, hasta que cumplió dieciséis y empezó a picar en las minas de Stalgyz. Después de haber aguantado cuarenta más en los túneles, agravando su silicosis. Después de llevar casi un lustro en aquel cuarto, al este de Ôbuda, esperando la muerte con su tos incesante y viendo una y otra vez las películas que iba comprando en las ofertas de los diarios.
«Hasta siempre, Vladimir» Observó, por enésima vez, la exagerada 'V' que fue violeta, como sus inolvidables y asustadizos ojos. Aquella 'V' puerilmente rematada con una especie de margarita en la voluta de la derecha, sobre la insegura ‘l’. Iba a guardarla de nuevo en la funda, pero decidió que dejaría ‘Cinema Paradiso’ para el día siguiente y que volvería a verla sonreír y llorar con esos otros ojos maravillosos de Charlize, a quien tanto se parecía. Cuando volvieran a encontrarse le diría «te he estado viendo cada semana durante años, aunque el orfanato fuera otro y el paisaje fuera otro y aunque no te llamases Agniesza. ¿Porque... te sigues llamando Agniesza, verdad?»
Introdujo el disco y, con el papelito en las manos, cerró los ojos. «Buenas noches, Vladimir, príncipe de Bohemia, rey de Nueva Hung...»
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