Este cuentito lo versioné para una de mis alumnas y ahora, pasado tanto tiempo que me avergüenza decir cuánto, he terminado el dibujillo que debía adornarlo y que ya no estoy seguro de haberle prometido. Si me descuido, la niña empieza en la uni, aunque, de otro lado, no sé si la historia no le va más a su edad actual...
Para ella, pues...
Era alto, era guapo y era inteligente. Y era el príncipe. Y tenía que ser el próximo Emperador. Todo estaba a su favor para la proclamación, apenas había que cumplir con un requisito. Pero era un requisito ineludible: el príncipe tenía que estar casado antes de su coronación. Él, príncipe moderno entre los modernos, quiso hacer bandera de su independencia y apeló a los sabios del reino. La respuesta de éstos fue taxativa. Tenía que casarse. No sólo aceptó con su buen talante habitual la resolución, sino que propuso el plan a seguir para la elección de quien habría
de ser su futura esposa.
- Convocad a todas las jóvenes solteras del reino que quieran ser Emperatrices para el primer domingo del mes entrante. Ese día les anunciaré qué deberán hacer para conseguir tal privilegio.
Una de las camareras de palacio, presente cuando el hermoso príncipe redactaba la convocatoria a sus secretarios, se sintió más excitada quizá que ninguna otra persona en la residencia real aquel día. Tenía una hija, Amph Mam Ann, que adoraba al príncipe desde que era una niña que apenas se mantenía en pie. Le contó todo en cuanto llegó a la casa.
- Ciertamente a esa convocatoria acudirán las muchachas más hermosas que jamás hemos visto, madre -respondió la niña, un encanto lleno de sensatez-. Y no sólo hermosas, elegantes, distinguidas y cultas también. Mujeres maravillosas ante las que nada tendré que hacer en la elección del príncipe. Pero, tú sabes, madre, que le amo tanto que sólo por tenerle cerca ese día en que nos anunciará su plan, merecerá la pena presentarse en el Gran Salón Real.
Y así lo hizo. Llegó el domingo anunciado y Amph Mam Ann se vistió lo más hermosa que supo y se dirigió al palacio. Apenas podía disimular la admiración que la mayoría de las muchachas que la rodeaban accediendo al interior de la residencia regia le provocaban. No podía decidir cuál le parecía más hermosa. Suponía que su adorado príncipe iba a sufrir para poder elegir una entre tanta mujer delicada. De hecho, una vez estuvo en el Gran Salón, a su izquierda y su derecha se ubicaron dos muchachas que no envidaban la elegancia de la garza ni la finura del mejor jade. La niña iba de asombro en asombro cuando apareció el príncipe por la escalinata del fondo. Estaba más hermoso que nunca. Con su portentosa cabellera negra recogida en una trenza y aquella mirada verde que la derretía.
- Bien venidas todas -saludó amablemente-. Ya sabéis la razón de esta convocatoria y agradezco tan multitudinaria presencia. No sé hasta qué punto seréis conscientes de lo que significa ser Emperatriz. Os aseguro que no será una labor tan gratificante como muchas, quizá llevadas de la leyenda, habréis podido pensar, pero, bueno, eso es otra historia... Lo que no se contaba en el pregón real es qué tendréis que hacer para serlo. Pues bien, se trata de algo que me demostrará la calidad de vuestro amor. Os entregaré a cada una de vosotras dos cosas: una semilla y un plazo. Las semillas son éstas.
Y, después de bajar hasta la gran explanada que era el Salón Real donde estaban los cientos de muchachas, fue entregándoles personalmente una semilla a cada una. Nuestra niña temía que el corazón se le saliera por la boca a medida que el príncipe se acercaba a su posición. Las sienes le palpitaban de la emoción, nunca había estado tan cerca de quien tanto amaba. Cuando el príncipe le rozó las manos sudorosas al darle la semilla, no pudo siquiera articular un miserable «gracias» y no cayó sin sentido allí mismo por la fuerza que le proporcionaba ese orgullo propio de su exagerada sensatez.
-El plazo es de seis meses -anunció el joven príncipe, una vez acabó el reparto-. Entonces tendréis que volver con la la flor que hayan generado la semilla recibida y el saber y los cuidados que le hayáis procurado. Yo sabré decidir, entre todas las flores, la que merece ser elegida como la de mi futura esposa.
Amph Mam Ann regresó a casa lamentándose de los escasos conocimientos que tenía de jardinería y de horticultura. Pero, se dijo, «pondré todo mi amor y todo mi cariño en el cuidado de esta semilla y ello suplirá mi ignorancia». Y así lo hizo. Tomó el tiesto más hermoso de cuantos había en la casa y lo rellenó de tierra. Enterró en ella la semilla recibida y la regó con cierta regularidad.
Pasaron las primeras tres semanas y, como viera que nada brotaba en el tiesto, sintió cierto desanimo pero, antes de caer en el descorazonamiento, acudió donde su anciano vecino, agricultor jubilado. Éste le recomendó remover, oxigenar, abonar la tierra y regarla menos. Así lo hizo. Pero no obtuvo resultado alguno. Ninguna flor se dignaba a aparecer en su maceta. Transcurrió el segundo mes, pasó el tercero y nada. Cambió toda la tierra, recuperó la semilla, la replantó. Nada. Se encontró en la última semana del sexto mes con el desconsuelo de un hermoso tiesto lleno de tierra marrón sin el más mínimo asomo de vegetal que la ornamentara.
«Es igual. La semana que viene tomaré mi maceta -pensó- y me presentaré en el palacio. Así podré volver a verle de cerca, como seguramente nunca volveré a hacerlo en la vida. Sólo por eso merecerá la pena sufrir la mofa por el ridículo de haber fracasado en la prueba con tanto estrépito. Le amo tanto, que la mera idea de imaginar que pueda volver a rozarme, me llena de dicha...»
En la fecha designada, Amph Mam Ann, no sólo pudo admirar las mismas bellezas que hacía seis meses había admirado, sino que pudo admirarlas engrandecidas por el aliño de las maravillosas flores que la gran mayoría portaba. Había crisantemos espectaculares, rododendros de ensalmo, preciosas orquídeas, rosas, claveles, jazmines... Aguantó como pudo el escarnio de las miradas despectivas hacia su recipiente vacío y avanzó hasta su sitio tratando de soslayar sonrisas burlescas y comentarios repletos de irónica soberbia. La aparición del príncipe acabó de rescatarla del mal trago.
- Sed bien venidas de nuevo. Observaré ahora el fruto de vuestro trabajo, sólo tenéis que alzar los recipientes y pronunciar vuestro nombre cuando llegue a vuestra altura.
Descendió las escaleras y fue recorriendo el amplio salón admirando, una por una, las flores que las muchachas le adelantaban, sonrientes y esperanzadas cuando llegaba frente a ellas. Cuando, por fin, llegó donde Amph Mam Ann sostenía su tiesto, se detuvo sin ocultar su sorpresa y tuvo que tomar a la niña por la barbilla para que ésta alzara la vista que la vergüenza por su flor no brotada le tenía escondida y le hizo repetir su nombre, pues la primera vez apenas fue un balbuceo.
- ¡Amph Mam Ann! -gritó casi en la segunda ocasión, tan nerviosa estaba. El príncipe le sonrió con esa amabilidad verde que tanto la cautivaba y siguió su reconocimiento, sin mediar palabra.
Al terminar de examinar todas las plantas, el príncipe retomó su lugar en el alto de la entrada y les habló.
- Mi decisión está tomada. Es indudable e inapelable. Mi esposa, si ella quiere, será Amph Mam Ann.
Aquella proclama disparó una andanada de sorprendidos comentarios entre los que el menos grave era el que aseguraba que «su majestad se ha vuelto loco» o «Debe tratarse de una broma, o es que el príncipe es miope». No faltaban tampoco las que iban más allá, criticando el aspecto físico de la elegida quien, aunque en absoluto fea, no era precisamente de las más hermosas de la reunión, estaba claro. Por su parte, Amph Mam Ann, permanecía atónita, incrédula y paralizada, desde que el futuro Emperador había tenido a bien nombrarla su prometida.
- ¡Cesen los murmullos! -ordenó el joven gobernante- Ni estoy loco ni soy miope ni nada por el estilo. Ella es la elegida porque es la única que me ha traído la flor del amor.
El silencio que se acababa de hacer era sepulcral. Las palabras del príncipe habían surtido el efecto de una enorme mordaza en las bocas de los cientos de muchachas asistentes.
- Hace seis meses os entregué a cada una de vosotras una semilla. y todas y cada una de las semillas repartidas estaba estéril, vacía, muerta. Y sólo Amph Mam Ann ha acudido a la cita con lo que, pese a los pobres resultados que saltaban a la vista, podía florecer de su semilla. Y, decidme, ¿qué fuerza ha podido mover a esta muchacha a, pese a ello, venir a palacio y mostrarse ante mí con una maceta que parece vacía? Decidme, ¿qué fuerza?
Todas aceptaron las palabras del futuro Emperador y se apresuraron en felicitar a la futura Emperatriz antes de abandonar el palacio, pues no dudaban que entre sus manos Amph Mam Ann no sujetaba un pote vacío, no, sino la Flor del Amor, una flor que, por desgracia, no es visible para todo el mundo...
6 comentarios:
¡Que cuento más bello! Una maravilla.
Salud y República
Preciosa versión y hermoso dibujo.
el cuento de uno de los valores de la vida "la honrraded"
Un bello cuento y muy bonita la versión.
Saludos
Domo arigatô por este hermoso cuento, Joseba..
y Kisu surû, domo.. ^_^ !
Gracias, Martinetxu!!! Oh, qu'il me plaît te revoir!!
¡Y cómo dominas el japo!! Petonets... tout bien?
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