Hegoak ebaki banizkio
nerea izango zen,
ez zuen aldegingo.
Bainan, honela
ez zen gehiago txoria izango
eta nik...
txoria nuen maite.
jueves, 18 de octubre de 2007
Bebo un bourbon, miro un Hopper, escribo...
No hay herida ya que tanto vuele
luz de deseos como enormes lunas
que se graban en la ingle que más duele.
Si acaso algún beso que en la almohada cele
un disturbio de labios como tunas,
de dedos machacados de aceitunas,
¡caricia errante que las almas muele!
Vamos desnudos, al dolor ajenos
regalando los ojos al futuro.
«Sabes que te amo, te echaré de menos»
Tú en la ventana. «Todo esto es tan duro...»
ninguno llorará aunque estemos llenos
de mil lágrimas... «Me marcho... Te juro...»
martes, 9 de octubre de 2007
viernes, 5 de octubre de 2007
CONDENA
Aquel día yo paseaba con mi hermana Silvia por el rompeolas de la playa del Golfo. Había una hilera de puestos, improvisados informalmente, a lo largo paseo que se colaba en el mar como una lanza de hormigón y hierros vencidos por el salitre. El día moría pintando un atardecer que hacía enmudecer a las gaviotas. El sol tendía su bronce sobre el agua, rescatando brillos que se multiplicaban en los cristales del faro centenario que se alzaba, rematando el espigón, como una muda cariátide sujetando su luz.
Me detuve ante él, como guiada por algún sortilegio, y admiré cómo manipulaba las piedras que convertía en adornos de pulseras, collares, colgantes. Alzó la vista desde sus tenazas y, entonces, surtió el milagro interminable de quedarme anclada en ese instante para siempre. No sé si me miró con la boca o si me sonrió de ojos, pero no dudo que fue la mejor caricia que he sentido nunca. No soy capaz de asegurar que la tarde siguiera su rumbo, sólo que mi hermana tiraba de mí con enojosa prisa. Antes, tuvo tiempo de depositar en mi mano un pedazo de alguna roca lavada por el fuego de algún ignoto volcán. Todavía no he resuelto la inscripción en sánscrito vagabundo que la adorna. No sé qué candonga usé para librarme de Silvia y su empeño por alcanzar el faro. Cuando regresé, ya no estaban ni el puesto, ni las pulseras, ni su sonrisa, ni sus ojos.
Pero todo el desánimo de estos tres años está desapareciendo; ahora no ignoro que le veré pronto: la piedra que cuelga desde entonces de mi cuello, empezó a iluminarse hace algún tiempo, latiendo en ciertas noches en que la luna mengua dibujando la sonrisa de un niño, revelándome, cada vez una palabra del misterio que él grabó con la parsimonia de los besos que aún no nos damos... Y el misterio, era un soneto:
Condenada al beso definitivo
tu historia espera en cierto rompeolas;
un hombre violeta fumando a solas
te espera en el silencio del cautivo.
Ignora si está muerto o si está vivo
pero riega dos labios de amapolas,
fuma y fuma, pulsando caracolas
que tienen tu llegada por motivo.
Sabe que has de llegar envuelta en viento,
una tarde de nardos y azucenas,
sabe que el día cesará un momento,
y sabe que has matado lunas llenas,
aguardando esta cita, sin aliento,
en que cumplas, besándole, condena...
Me detuve ante él, como guiada por algún sortilegio, y admiré cómo manipulaba las piedras que convertía en adornos de pulseras, collares, colgantes. Alzó la vista desde sus tenazas y, entonces, surtió el milagro interminable de quedarme anclada en ese instante para siempre. No sé si me miró con la boca o si me sonrió de ojos, pero no dudo que fue la mejor caricia que he sentido nunca. No soy capaz de asegurar que la tarde siguiera su rumbo, sólo que mi hermana tiraba de mí con enojosa prisa. Antes, tuvo tiempo de depositar en mi mano un pedazo de alguna roca lavada por el fuego de algún ignoto volcán. Todavía no he resuelto la inscripción en sánscrito vagabundo que la adorna. No sé qué candonga usé para librarme de Silvia y su empeño por alcanzar el faro. Cuando regresé, ya no estaban ni el puesto, ni las pulseras, ni su sonrisa, ni sus ojos.
Pero todo el desánimo de estos tres años está desapareciendo; ahora no ignoro que le veré pronto: la piedra que cuelga desde entonces de mi cuello, empezó a iluminarse hace algún tiempo, latiendo en ciertas noches en que la luna mengua dibujando la sonrisa de un niño, revelándome, cada vez una palabra del misterio que él grabó con la parsimonia de los besos que aún no nos damos... Y el misterio, era un soneto:
Condenada al beso definitivo
tu historia espera en cierto rompeolas;
un hombre violeta fumando a solas
te espera en el silencio del cautivo.
Ignora si está muerto o si está vivo
pero riega dos labios de amapolas,
fuma y fuma, pulsando caracolas
que tienen tu llegada por motivo.
Sabe que has de llegar envuelta en viento,
una tarde de nardos y azucenas,
sabe que el día cesará un momento,
y sabe que has matado lunas llenas,
aguardando esta cita, sin aliento,
en que cumplas, besándole, condena...
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