viernes, 11 de enero de 2008

Aitatxo

Allí estaba ayer, como casi a diario, esperándome en la segunda mesa a la derecha. Digo esperándome porque cuando no aparezco, o cuando lo hago tarde, siempre me pregunta «¿dónde te metes? no hay quien te vea, hijo» Sí, ya sé que resulta paradójico que te digan a diario que no hay quien te vea pero él es así, con esa pinta de patriarca que se le está quedando. «¿Dónde me voy a meter, aita? Vengo de dar las clases, ¿de dónde si no?» Y vuelve a enfrascarse en su lectura del Marca o del Interviú.
Es la única persona que conozco que se lee los artículos que acompañan las fotos de chicas en pelotas que publican allí. A mí me da un poco de cosa que la gente entre al bar y le vea con el Interviú abierto por la página de Priscilla o la de Serena. Imagino que todos pensarán, seguramente, «joder, mira el abuelo, ¡cómo se pone con la mulata!» Pues ojalá, la verdad, pobrecito mío, pero no, yo sé que no está mirando las esculturales mujeronas de las fotos. Se lee el artículo que las acompaña de pe a pa. No me pregunten por qué, que yo dudo que alguien lo haga, pero se lo lee. Y a mí, aunque me provoca un poco de cosa la impresión que pueda dar, en el fondo me gusta ver que, cuando aparezco por la tasca, sigue con sus costumbres y que, aún más importante, «sigue allí». Porque eso significa que sigue encontrando su bar, su mesa, la segunda a la derecha, y sus diarios. Aunque luego me eche en cara las ocho o diez horas eternas que hace que no me ve.
Su memoria empieza a jugar con él de una forma que, de momento, es en ocasiones hasta graciosa. En otras, entrañable. Como ayer, cuando me esperaba como siempre y, después de reñirme la ausencia como siempre, entró Paco, el de Fuente Ovejuna. Paco, como de costumbre, le recordó que los mejores toreros, Manolete y Manuel Benítez, y el mejor cantaor, Fosforito, eran cordobeses. Mi padre, que toda la vida ha sido más que discutidor, calló, como aceptando. Pensé que se había afanado buscando el recuerdo de Porrina, o de Marchena, o de Curro Romero en su memoria y que ésta, inmisericorde, le había cerrado sus puertas.
Me apenó un poco lo que supuse la impotencia que le acarreaba su batalla con el tiempo, inexorable, y me lié a hablarle de flamenco por quitarle un poquito de hierro a lo que pensé que era una de sus habituales lagunas. En una de éstas, y por tirarme un largo de algo que acababa de leer el día anterior, le pregunté «¿Sabes con quién estaba casada 'La Niña de los Peines?'» Se me quedó mirando así, como embobado y, antes de que me lanzara a meterle la chapa, me soltó «Con Pepe Pinto. ¡Si se murieron los dos casi de seguido! Él era más joven que ella y ella fue la que le hizo que cantara, que le animó y le decía que era bueno y por eso se hizo cantaor. No era muy de cante jondo, pero se tiraba sus fandangos y sus cositas mu bien y además componía el casi toas sus letras. Y ella era Pastora Pav...»
Cuando hace estas cosas, me engaño queriendo convencerme de que nos está tomando el pelo a todos con sus frecuentes olvidos. Pero no, es otro más de los pérfidos juegos que su cabeza juega con él, cada vez más asiduamente y sé que su cabreo de esta tarde será sincero cuando me eche en cara, sin casi levantar la vista del As, que a ver dónde me meto, que no hay quien me vea...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que es lo mejor que ha salido de tu pluma. Al menos desde que te conozco. Y de eso hace ya unos años, no muchos, pero unos años.

Joseba M. dijo...

Gracias, es un elogio excesivo pero siempre sean bien venidos. Además, debo ser una de las pocas personas que tienen amigos anónimos, pero mientras sean amigos...
Un beso.

Anónimo dijo...

Te leo y, en definitiva, ignoro quién de los tres tiene más suerte: tú, tu aitatxo o tus lectores.

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