Cadáveres exquisitos dejaremos
y esos frágiles olvidos
que ilustran la memoria que nos tendrán...
Ella escuchaba el mismo disco de Serrat
que me entusiasmaba a los dieciséis años,
buscaba un libro de Hesse que yo poseía
y se besaba con otro...
Yo desparramaba versos
en deliciosas servilletas de papel,
exquisitos versos :
«En nuestra tumba
dejaremos también un huequecito
para que los almas se posen
a esperar la llegada de los pájaros....»
Seguimos vivos, pero
¡ah, mujer!
ni una sola palabra ya recuerdo
ni una hebra de aquel vestido rojo,
rojo, rojo con lunares negros,
escotado hasta lo imposible. Nada.
Ni un resquicio de la silueta,
la tortuosa silueta de aquel olivo,
ni la maraña de su pelo muerto.
No recuerdo sus ojos callados
ni su boca abierta de par en par
en exquisito óvalo inmortal...
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