lunes, 20 de octubre de 2008

capítulo 26

A la hora poco mágica en que las brasas para los pinchos morunos se apagan, alguien tuvo la cordura de decir «La belleza es efímera». Es cierto que hubo sonrojos, sienes que palpitaban enfrentadas a miradas de loto y una humildad que fue el mejor piropo.
Pero de ningún modo se podría entender esto sin decir que del caos de esa novela que es «...ntos suspen...» (y que nunca se acabará pulcramente como nunca comenzó con pulcritud), saldrá la posibilidad de cumplir una promesa. 
El cuento prometido es el capítulo 26 de la novela: Patricia va a visitar a su compañero de trabajo Andrés, quien había decidido pasar sus dos semanas de vacaciones encerrado en casa,  en una placentera molicie. Ella venía de un todo, él no acaba de salir de una nada. 

Para V.,
que no se arredre
 nunca


...l sonido del timbre le llegaba como un lejano eco, desde algún rincón del confortable sueño en que se había hundido sin querer. Sobresaltado, abrió los ojos y sin tener conciencia absoluta de dónde se hallaba, salió disparado hacia la puerta. La abrió y la vio y fue despertando en tanto escuchaba sus reproches porque llevo tres minutos llamando y bueno, me vas a dejar pasar o qué... y, entonces, oh, cielos, tierra empieza a tragarme despac... Seguía desnudo. Muy desnudo. Desnudísimo. Abre la boca, cierra los ojos y cuenta hasta cinco. Salió corriendo como alma que lleva el diablo, despierto, desnudo, dirección dormitorio y ella, desobediente, apenas cerraba un ojo e iba contando y repasando... tres... cuatro... el pequeño desorden casero y, gracias, gracias a Dios, se moría de la risa y le bromeaba, porque me alegro de no verte demasiado vestido para la ocasión... cuatro y media... La mujer se adentraba, se adentraba y, a la voz de ¡cinco! abrió el otro ojo y ¡hop! Él apareció con un pantalón de deporte, blanco, y con la cara sonriente, roja. Al haberse quedado dormido con el pelo aún húmedo, éste se le había abultado al mejor estilo Tina Turner o glorioso Rod Stewart y estaba muy gracioso. En ese bochorno de sangre que no bajaba más allá de las cejas ni a la de tres, no acertaba con las palabras ni a la de diez, así que tuvo que venir ella a salvarle con una risa de chicle de hierbabuena o clorofila con mucho azúcar, mucho, mucho azúcar.
Ella sí venía vestida para la ocasión, aunque sin aparatosidad ni aspaviento. Estaba guapísima. Entre risas y no risas, habían alcanzado la cocina y Andrés logró rescatar una silla de aquel desbarajuste a medias. Se la ofreció y ella dio comienzo al acto, a primera vista inocuo, de despojarse de su preciada chupa, de su chupa roja para ocasiones explosivas y, la verdad, para las que no lo eran tanto. Lo cierto es que se la ponía prácticamente a diario. Debajo llevaba una escueta camiseta blanca, ajustada como una piel extra de algodón cien por cien que insinuaba, con claridad malévola, sus pezones. Ese deshacerse de la chamarra con aquella lentitud, con aquel reposo como de pasmo de Triana, el ir constatando los picos tersos de sus pechos con aquella parsimonia endemoniada adornada con aquella perfección de Tiziano, acabaron con la poca seguridad que su risa de menta le había procurado en el pasillo. La misma magnitud con que Andrés, en otras ocasiones, había cosechado tantas alabanzas, se disparaba irremisiblemente, amenazando la pulcra estrechez de su pantaloncillo de tenis. Sus movimientos devinieron cómicos, su rostro recuperó de nuevo el aspecto de una granada madura. Patricia, ni que decir tiene, se había percatado al instante de lo que le sucedía y lanzaba furtivas miradas, ojeadas sesgadas hacia aquel nada despreciable bulto que él, con agravante torpeza, trataba de disimular.
Tienes un problema o es que te alegras de verme, pensó ella, recordando el diálogo de no sabía qué película. Memoria selectiva la suya. Pero en lugar de eso, le dijo que bueno, algo de beber no vendría mal, si es que te queda algo por ahí. Algo quedará, no te muevas. Dos vasos, veamos, oh, gracias a Dios, limpios y... hielo que, cómo no, se le escurrió y de nuevo risas... y no te preocupes... más risas... no soy escrupulosa... Ya no podían más y a Andrés le agarró una risa sin control, paranoica y contaminante que se repetía en las quijadas de Patricia y ambos se desternillaban, hasta el llanto. Rodaba él por los suelos con una carcajada que le inundaba los ojos y le hacía retorcerse, al diablo la impresión... ¿todo ha salido mal? Acabó boca arriba tratando infructuosamente de ahogar con las manos una risa que le llegaba desde el estómago como minúsculos terremotos de aire. Hacía calor. Patricia, con el rimmel ligeramente corrido, se le acercó para tratar de decirle algo e intentar sacarle de aquel caos de hilaridad. Él daba la impresión de irse calmando, respirando acompasado, en un heroico intento por recobrar un mínimo de compostura, buscando en los restos de su cerebro algo para salir con holgura de aquella desconcertante situación. Sea como fuere, la actitud de Patricia le había resultado sumamente agradable y empezaba a tener la sospecha de que el desastre irreparable, inconmensurable, insufrible, inenarrable que él había pensado que era aquello desde la llegada de la chica, realmente no lo era tanto y que ella se estaba divirtiendo de verdad. A su costa, estaba claro.
En efecto, ella se le acercó para decirle algo en el momento exacto en que él decidió que era hora de incorporarse. Jerry Lewis y Stella Stevens. Frentes chocando con violencia, primer momento de terrible dolor, chica con ajustadísima camiseta de algodón blanco que se incorpora a la legión de los tendidos, valga la paradoja. Yacían apretando las manos en las respectivas frentes como queriendo aplacar los dolores del topetazo. Apenas pasó la oleada del golpe, les sobrevino un segundo ataque de risa que puso a Patricia, prona, pataleando en el piso como podía por ver de liberar un aire que se le comprimía peligrosamente en el vientre perfectamente modelado por el aeróbic. Amenazaban con quedar exhaustos. Andrés se le acercó, entre convulsión y convulsión. Era ella ahora quien se esforzaba en recobrar compostura y habla, secándose las lágrimas de unos ojos que, a estas alturas, eran ya un completo borrón de rimmel. Él le depositó un cariñoso beso en la mejilla y empezó a incorporarse con fatiga pero, antes que siquiera alcanzara a separar el culo del suelo, ella lo atrajo hacia sí y le regaló unos labios envenenados de placer, untados de deseo almacenado durante tantos días de rumiante ahogo, de introspectivas dolorosas, de angustias color alfalfa o trébol o simple hierba, de color amor, en resumidas cuentas. Su lengua de vaca que reía le maltrataba las encías, los caninos, los premolares, los alvéolos dentales y el cielo sin nubes de la boca; le cosquilleaba en los carrillos carnosos, en el frenillo de su propia lengua como cuernos de caracol que reconoce el camino, de animal sabroso que iba reposando su delicia húmeda, mojando una libertad meramente táctil. Ella se había adueñado de la situación y no estaba dispuesta a ceder esa ventaja, de momento; él no era ya más que un entusiasmo en sus manos: la izquierda atacaba el breve pantalón, pugnando por encontrar lo que al llegar la había saludado inesperadamente. Casi chilla después, al palpar el enorme latido y, bueno, realmente se alegra de verme y quien tiene el problema, el verdadero, el apetitoso problema, soy yo... Pensaba, y se regocijaba, pero para entonces no había quién la detuviera, ni quien detuviera la mano de quien empezaba a resucitar y le desabrocha los tejanos con una pericia que a ella no le pasaba inadvertida. Decidieron amarse, ya que habían sido incapaces de entablar una conversación mínimamente dec...

5 comentarios:

Anastácio Soberbo dijo...

Hola, me encanta el blog.
Lo siento no escribir más, pero mi español es malo escrito.
Un abrazo de Portugal

Joseba M. dijo...

Obrigado, anastacio...
Lo escrito aquí, está perfecto.
Saludos.

Martine dijo...

...."Tienes un problema o es que te alegras de verme, pensó ella, recordando el diálogo de no sabía qué película..."
Yo tampoco recuerdo la pelicula ... debía ser en blanco y negro... Pero leyendo este capítulo...Me han subido los colores, como a él...Excelente relato...
Mila muxu, Joseba!

Cia dijo...

A mi me relaja tu blog. Mi excusa no es el idioma, sino el tiempo...en este caso la falta de éste, que no me permite poder pararme un ratito y disfrutar ni de una buena lectura. Un saludo Joseba!!

Anónimo dijo...

¿Esa frase no es de "Gilda"?

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