martes, 12 de junio de 2007

Un corazón de tiza

La magia no entraba en sus planes. Por eso la puso a prueba.
-¿Cuál es tu sueño? - le preguntó ella un día.
-Los sueños son espejos que están dentro de un espejo que están dentro de un espejo - propuso él.
-Tu sueño sencillo, me refiero; yo sé cuál es pero quiero que me lo cuentes tú -replicó ella.
-Tal vez pisotear Venecia con la única compañía de una mochila ligera -mintió él.
-Yo sé que no es ése, pero te quiero igual -apostilló ella.
-Y para qué contártelo, a fin de cuentas, jamás nos vamos a ver y, por otro lado, la idea de Venecia no deja de ser linda -añadió él, no sin amargura.
-Confía -atajó ella, apagando su ordenador para siempre.
Él no tuvo tiempo de explicarle todo aquello que hacía imposible cumplir aquel sencillo sueño de perderse en Praga, no en Venecia, por unos días. Tampoco podría, meses más tarde, hacerle saber que la suerte en un concurso mediático le habría de poner en ruta al principio de la hermosa primavera.
El Jueves Santo empezó su periplo, se instaló en un hotel cercano al puente de Carlos. La ciudad no le defraudó. Regresó al hotel cuando ya el día daba sus últimos coletazos. Entonces reparó en él. Debajo de la placa bruñida del portal del hotel vio un corazón de tiza. Marrón y lila. Un garabato simpático. Marrón y lila, curioso, ésos eran sus colores. El viernes visitó iglesias, bebió cerveza, se extasió en Mala Strana. Decidió volver al alojamiento a asearse antes de ofrecerse una noche loca. Al corazón le habían salido unas letras. Iniciales. Más curioso aún: las dos iniciales de debajo del corazón coincidían con las de su nombre. Le ofreció un perplejo mohín al dibujo. Después, la farra fue hermosa, repleta de cafés sugestivos y música inolvidable.
El sábado salió a despedirse de Praga desde muy temprano, pues había decidido que el domingo se quedaría cerca del puente, oliendo los colores y el exultante abril que se ofrecía desde allí. Eran más de las doce de la noche del sábado cuando alcanzó el portal del pequeño hotel. No llegaba tan borracho ni tan cansado como para no reparar en el corazón, en las iniciales, en el nombre nuevo que había escrito y que ya conocía como un alias de un juego en línea, en el número que no le decía nada todavía: 326. La magia no entraba en sus planes. Alcanzó el vetusto ascensor, atónito con tanto azar imposible, sin reparar en el número rojo que adornaba la llave de su habitación: 327. No entendía cómo aquel nombre tan poco corriente podía haber aparecido allí. Avanzaba sobre la ajada alfombra del tercer piso cuando vio que la puerta anterior a la que cerraba su habitación estaba entreabierta. La 326. Se paralizó, lógicamente.
-Menos mal que apareces, ya casi no me quedaba tiza violeta -escuchó, y cruzó el espejo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Sabes que si no hubieses descubierto -o al menos no antes que yo- que era posible descubrir esa -y otras- imágenes, ésa -y las otras- iban a ser para ti, precisamente porque leí ésta y otras muchas referencias y puentes? También guardo un libro de postales junto con otra muy especial, muy antigua, muy extraña. Debería habértelas hecho llegar hace meses, pero soy-estoy muy desastre.

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