El olvido crece bicicletas, Alejandra
y hoy, cuando sabemos
que cualquiera tiempo pasado fue anterior
un transistor Vanguard anuncia
que es lunes 10 de junio de 1974
y mientras Luis Lucena se queja
«Hermano, ¿por qué
me robaste lo que más quería?»
la madre recose unos vaqueros ya recosidos,
abuela Rosalía suspira
el mismo suspiro que exhala
desde que la muerte del abuelo Kiko
la exilió a cinco casas diferentes,
un Orient llegará de Oriente
para que yo sepa
la hora del desierto de Saba
antes de que Sanáa sea
patrimonio de la Unesco
con sus 14.000 torres,
un Orient vendrá de oriente
para que el tiempo del desierto humanyí
brille bajo mis sábanas,
el padre pagó con dólares
su último exilio.
El olvido crece bicicletas, Alejandra
cuando por los ajados altavoces
del andén de la estación
de Campanario, Badajoz,
José Luis Pécker hace saber
a la ardiente noche extremeña
que es sábado 30 de agosto de 1.958
y el padre y la madre
tomarán un tren sin regreso,
luna de miel en el exilio del hambre
dando comienzo
al «Milagro económico español»
hacia un norte donde bañar su miseria
porque Benidorm no les acogió nunca.
El olvido crece bicicletas, Alejandra,
y ahora,
cuando cualquiera tiempo pasado fue anterior,
Fede Merino se desgañita
el 1 de Mayo de 1.983,
«oye como va en Radio Popular»,
ofreciendo bacalaos de felicidad
desde Las Palmas,
mientras en todo el estado otras gargantas
se desgañitan contra la nueva miseria
del mesías Felipe
que regala felicidad reconvertida,
miseria de andar por casa
y fútbol cosmético.
El olvido crece bicicletas, Alejandra
cuando antes de que Radio Nacional de España
ofrezca el único parte de noticias permitido
el 14 de febrero de 1.959
inunde una miserable cocina compartida
por tres familias
con la facultada voz de Pepe Pinto
cantando a su María Manuela
«me escuchas,
yo de vestíos no entiendo,
pero de veras te gusta
ese que te estás poniendo...»
mientra el padre y la madre terminan de cenar
una olla de algo más agua que sustancia
y él le canta por encima de la radio
ese amor nuevo que limpia la miseria
«vela, no tiene más que una vela,
el barco de mis amores
y es mi María Manuela...»
y ella, que se llama Facunda
y es chiquita y muy garbosa
no sabe que todavía no ha nacido
san Valentín,
ni sabe que esa noche elevará
la sábana su larga enredadera
en la alcoba prestada que alberga
todo su arreo,
y que los besos fraguarán
en el futuro imperfecto
de un ser que no será
un buen poeta
pero nunca será un mal hijo...
Pero, Alejandra, la memoria,
esa grieta del olvido...
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